Cristianismo y descivilización de Europa
En el fondo, la idea de un liberalismo político hispanizado debe verse como una de las constantes de lo mejor del pensamiento político español durante la segunda mitad del siglo XX. En ella se reconocen tanto los juristas de la Escuela española de Derecho político (1935–1969) ((La Escuela española de Derecho político ha sido la renovadora de los saberes jurídico-políticos, politicológicos y sociológicos en España durante el tercio medio del siglo XX. Su magisterio, empero, no ha sido reivindicado hasta fechas recientes, pues una visión mezquina del mundo universitario y del movimiento de las ideas en España lo impedía. Javier Conde [1907–1974] es el jurista epónimo de este grupo. Puede verse de él Teoría y sistema de las formas políticas (5ª ed.). Granada, Comares, 2005 (en preparación). )) como sus discípulos, partidarios y adictos ((Jesús Fueyo [1921–1993], Rodrigo Fernández-Carvajal [1924–1997], José Zafra Valverde [1931], etc., etc.)) . Dalmacio Negro, sin pertenecer a ninguna de estas categorías discentes, se formó en el ambiente intelectual por ellos propiciado, cuya matriz era el jusnaturalismo católico [ce que conteste Miguel]. Resulta pues coherente con esta tradición la impregnación católica de su liberalismo, lo que lo vuelve en cierto modo problemático. Resulta ser el suyo un « liberalismo laico adverso al Estado o, por lo menos, a los elementos antiliberales », que se opone al « secularizado, liberal por tradición pero adverso al Estado », que se impone a partir de la división religiosa de la cristiandad y la decadencia subsiguiente de la « concepción tradicional del gobierno vinculada al ordenalismo » ((Véase D. Negro Pavón, La tradición liberal y el Estado, p. 129. El liberalismo político hispanizado, de raíz católica, constituye, por encima de todas las adherencias ideológicas (« antiliberalismo » como principio político formal), la doctrina que vertebró el Estado fundado por el General Franco [1892–1975] y reformado por la « revolución legal » de 1977. En cierto modo, la constitución de 1978 –carta otorgada y, al mismo tiempo, ley paccionada–, es la IX Ley Fundamental del ciclo constituyente inaugurado en 1936. Únicamente en esta perspectiva cobran sentido, de un lado, la críticas a la obra política de la dictadura de los doctrinarios del falangismo y el pensamiento tradicionalista, y de otro la posición intelectual de juristas como Javier Conde, Rodrigo Fernández-Carvajal o Gonzalo Fernández de la Mora. Si se ignora el trasfondo liberal sobre el que operan el ideario de estos juristas –a los que se podrían sumar también los economistas políticos de profesión ordoliberal–, no se entiende el calado de su misión jurídico-política al servicio de la estabilización de la comunidad nacional bajo la forma de Estado. )) .
En su obra, por último, déjanse traslucir también los supuestos filosófico-políticos de aquella magna promoción de universitarios españoles : el primado histórico de lo político frente al resto de actividades humanas, a las que envuelve o abarca externamente ; la dependencia recíproca del pensamiento jurídico-político y la configuración de la forma política histórica ; la distinción entre político (lo político) y política (la política), y entre político (das Politisch) y Estado (der Staat). Hay que contar también, en este punto, con su sintética tematización de la distinción entre gobierno y Estado ((Véase D. Negro, Gobierno y Estado. Madrid, Marcial Pons, 2002.)) , importante contribución de Dalmacio Negro a la dilatación del acervo jurídico-político de la escuela de juspublicistas hispanos. Resumen de tales postulados es el agnosticismo con respecto a las formas de gobierno, pues todas, sin excepción posible, son accidentales e imperfectas. Posición equivalente, en la perspectiva de la teología política católica, al « accidentalismo de la acción política ». La opción por una de las tres formas de gobierno puras ((Mientras que las formas políticas son, en principio, ilimitadas, el número de las formas de gobierno está praxiológicamente limitado a tres por la distribución del poder y sus combinaciones : o manda uno (monocracia), o mandan varios (oligocracia), o mandan casi todos (democracia).)) o por alguna de las posibilidades que ofrece su combinatoria (formas de gobierno mixtas), a pesar de la presunción contemporánea, sigue siendo una elección plena de sentido, que no puede ignorarse, como viene siendo habitual desde el fin de la Guerra mundial II, en beneficio de una concepción partitocrática de la democracia, presuntamente la fórmula óptima (y única posible) de gobierno.
Historia y fenomenología del Estado
Pero Negro Pavón es, ante todo, un historiador del Estado. Aunque el suyo es un estilo más bien ensayístico, en la tradición de los maestros españoles, generalmente enemigos de las grandes summas, se trasluce en muchas de sus páginas un esfuerzo permanente por presentar sistemáticamente, ordenándola, la parcela de la realidad que constituye su objeto predilecto : la Estatalidad, como fenomenología de una forma política concreta y como época histórica.
« La comprensión de [la] naturaleza [del Estado] tiene la mayor importancia, tanto más en el presente momento de profundo cambio histórico, en el que parece estar disolviéndose la estatalidad » ((Véase D. Negro, « Bosquejo de una historia de las formas del Estado », en Razón Española, nº 122, noviembre-diciembre de 2003, p. 271.)) . Bajo la sugestión de este tiempo crepuscular y la incitación schmittiana de la historicidad concreta de la forma política estatal, el autor ha examinado en varias ocasiones la esencia del Estado ((En la perspectiva de la modulación de la tradición política (liberal) de Europa : La tradición liberal y el Estado ; como elemento que ha interferido en el proceso de mundanización de la cultura, al que puso principio el cristianismo : Lo que Europa debe al cristianismo ; como tópico de la historiografía política : « Bosquejo de una historia de las formas del Estado », loc. cit. Todo ello se deja traslucir también en las series de alta divulgación escritas para la prensa : véanse especialmente « El mito del Estado de Derecho », 17, 24 y 31 de octubre y 7 de noviembre de 2000, y « La crisis del Estado », en La Razón, 6, 13, 20 y 27 de marzo de 2001.)) . El Estado, producto de la cultura europea moderna surgido frente al universalismo de la Iglesia y el Imperio, es una instancia particularista ; ni se trata de una forma eterna de la política, sino de « una de las innumerables formas políticas que han existido, existen y existirán ». Espiritualmente constituye un « producto concreto del voluntarismo constructivista característico del racionalismo moderno » ((Véase D. Negro, « Bosquejo de las formas del Estado », loc. cit., pp. 274, 277, 272, 273.)) . No podemos detenernos ahora en su tipología de las formas de Estado, que el autor prefiere denominar « fases de la época de la estatalidad» ; bastará con mencionarlas sucintamente : Estado de poder, Estado monárquico, Estado nacional y Estado total ((La primera forma se corresponde a la época de la estatalidad en formación ; las demás a la de la estatalidad constituida. Véase D. Negro, « Bosquejo de las forma del Estado », loc. cit., passim. Esta tipología, que se desarrolla a su vez en subformas, introduce alguna variación sobre la que el autor presentó en La tradición liberal y el Estado.)) .
Mas la estatalidad no es sólo la condensación política del racionalismo moderno ; también es un estilo de vida dirigido por la secularización de la cultura. Significativamente, recuerda el profesor Negro, la secularización comprende en su origen, entre otras cosas, la mundanización o desamortización de los bienes eclesiásticos, lo que a la larga habilitó la inversión de la relación entre los dos poderes, el espiritual (la Iglesia) y el temporal (el Estado). Ahora bien, dejando a un lado la inagotable polémica suscitada por la secularización como categoría de la interpretación histórica lanzada por Ernst Troeltsch [1865–1923], trátase de algo que « mienta indudablemente un hecho interno al cristianismo » ((Véase D. Negro, Lo que Europa debe al cristianismo, p. 184.)) . Esto último es lo que le interesa remachar a Negro Pavón, pues la situación actual de las confesiones cristianas en Europa no es ajena al hecho de que el modo de pensar eclesiástico –con su trasfondo teológico-político– ha configurado, nutriéndolo, el modo de pensar estatal. El punto de arribada de este vasto proceso abarcador de la modernidad, caracterizado porque los conceptos secularizados se revuelven contra la matriz religiosa, sería tal vez lo que un agudo escritor español ha llamado la profanación de la cultura. Por su parte, Dalmacio Negro, que denuncia el abuso del concepto mismo de secularización, aplicado indiscriminadamente a todo, sugiere que es preciso contener su extensión, reservándolo para el ámbito político-estatal, pues « a la verdad, parece que mucho de lo que se achaca indiscriminadamente a la secularización no debiera ser imputado a la mundanización, sino, y quizá sobre todo, a la politización » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 187. Sobre la profanación, consecuencia por otro lado de la avance de la « totalización de lo político », véanse J. Conde, Sobre la situación actual del europeo. Madrid, Publicaciones Españolas, 1949, pp. 23–24, y « Las dos vías fundamentales del proceso de modernización política : constitucionalización, totalización », en Escritos y fragmentos políticos, t. II. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1974.)) .
La secularización entendida como politización de la existencia ha encontrado en el Estado su máximo difusor, el cual ha explotado todas las posibilidades de otro movimiento espiritual típicamente moderno, a saber : la neutralización de la cultura ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 151–57.)) . Originalmente, el proceso de neutralización (y su reverso, la despolitización) ha consistido en la búsqueda de un plano espiritual inmune a las disensiones que atraviesan la vida humana colectiva. En el límite es el propio Estado el que se autoneutraliza (autodespolitiza), ocultándose lo político y presentándose como ideología de sustitución (Ersatz) una « tolerancia senil » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 152.)) . En esta perspectiva, resulta muy difícil no ver en el Estado uno de los sujetos protagónicos del nihilismo occidental. También de la declinación de Europa.
Descivilización de Europa
En realidad, el libro sobre el que llamamos la atención del lector constituye un denso ensayo sobre los efectos de la estatalidad en una época que ha visto consumarse irreversiblemente el paso del estado social aristocrático al democrático ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 203 y 275.)) . Algunos de esos efectos ya han sido apuntados aquí –secularización y profanación ; neutralización ; nihilismo ; tolerancia perversa–, pero el autor se refiere también al auge del contractualismo político, tan diferente del pactismo medieval ((Para el autor, el nihilismo, en sus modalidades pasiva y activa, resulta inseparable, como posibilidad efectiva, del contractualismo. Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 54 y 58.)) ; al desquiciamiento de la autocrítica como instrumento de la razón ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 121. El pathos destructivo que se apoderó de Europa durante el interregno de la Belle époque (1871–1914) fue legitimado en mayo del 1968.)) ; a la difusión del ateísmo y la increencia ; al declive del espíritu europeo y del de las iglesias, particularmente la católica. Todo ello le permite ofrecer una rica visión de la situación histórica, abarcadora de sus elementos más sensibles : el estado de las creencias europeas (parte I) y la relación entre estas y el cristianismo (parte II), que Negro Pavón considera uno de los más poderosos factores de la civilización en Europa ; por esta razón dedica la III parte de su obra a una veintena de « ideas » y « formas » que dan su gracia peculiar a lo europeo y que tienen, a su juicio, una genitura cristiana.