Revue de réflexion politique et religieuse.

Cris­tia­nis­mo y des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa

Article publié le 19 Mar 2009 | imprimer imprimer  | Version PDF | Partager :  Partager sur Facebook Partager sur Linkedin Partager sur Google+

En el fon­do, la idea de un libe­ra­lis­mo polí­ti­co his­pa­ni­za­do debe verse como una de las constantes de lo mejor del pen­sa­mien­to polí­ti­co español durante la segun­da mitad del siglo XX. En ella se reco­no­cen tan­to los juris­tas de la Escue­la españo­la de Dere­cho polí­ti­co (1935–1969) ((La Escue­la españo­la de Dere­cho polí­ti­co ha sido la reno­va­do­ra de los saberes jurí­di­co-polí­ti­cos, poli­ti­coló­gi­cos y socioló­gi­cos en España durante el ter­cio medio del siglo XX. Su magis­te­rio, empe­ro, no ha sido rei­vin­di­ca­do has­ta fechas recientes, pues una visión mez­qui­na del mun­do uni­ver­si­ta­rio y del movi­mien­to de las ideas en España lo impedía. Javier Conde [1907–1974] es el juris­ta epó­ni­mo de este gru­po. Puede verse de él Teoría y sis­te­ma de las for­mas polí­ti­cas (5ª ed.). Gra­na­da, Comares, 2005 (en pre­pa­ra­ción). ))  como sus discí­pu­los, par­ti­da­rios y adic­tos ((Jesús Fueyo [1921–1993], Rodri­go Fernán­dez-Car­va­jal [1924–1997], José Zafra Val­verde [1931], etc., etc.)) . Dal­ma­cio Negro, sin per­te­ne­cer a nin­gu­na de estas cate­gorías dis­centes, se formó en el ambiente inte­lec­tual por ellos pro­pi­cia­do, cuya matriz era el jus­na­tu­ra­lis­mo cató­li­co [ce que conteste Miguel]. Resul­ta pues cohe­rente con esta tra­di­ción la impre­gna­ción cató­li­ca de su libe­ra­lis­mo, lo que lo vuelve en cier­to modo pro­blemá­ti­co. Resul­ta ser el suyo un « libe­ra­lis­mo lai­co adver­so al Esta­do o, por lo menos, a los ele­men­tos anti­li­be­rales », que se opone al « secu­la­ri­za­do, libe­ral por tra­di­ción pero adver­so al Esta­do », que se impone a par­tir de la divi­sión reli­gio­sa de la cris­tian­dad y la deca­den­cia sub­si­guiente de la « concep­ción tra­di­cio­nal del gobier­no vin­cu­la­da al orde­na­lis­mo » ((Véase D. Negro Pavón, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 129. El libe­ra­lis­mo polí­ti­co his­pa­ni­za­do, de raíz cató­li­ca, consti­tuye, por enci­ma de todas las adhe­ren­cias ideoló­gi­cas (« anti­li­be­ra­lis­mo » como prin­ci­pio polí­ti­co for­mal), la doc­tri­na que ver­te­bró el Esta­do fun­da­do por el Gene­ral Fran­co [1892–1975] y refor­ma­do por la « revo­lu­ción legal » de 1977. En cier­to modo, la consti­tu­ción de 1978 –car­ta otor­ga­da y, al mis­mo tiem­po, ley pac­cio­na­da–, es la IX Ley Fun­da­men­tal del ciclo consti­tuyente inau­gu­ra­do en 1936. Úni­ca­mente en esta pers­pec­ti­va cobran sen­ti­do, de un lado, la crí­ti­cas a la obra polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra de los doc­tri­na­rios del falan­gis­mo y el pen­sa­mien­to tra­di­cio­na­lis­ta, y de otro la posi­ción inte­lec­tual de juris­tas como Javier Conde, Rodri­go Fernán­dez-Car­va­jal o Gon­za­lo Fernán­dez de la Mora. Si se igno­ra el tras­fon­do libe­ral sobre el que ope­ran el idea­rio de estos juris­tas –a los que se podrían sumar tam­bién los eco­no­mis­tas polí­ti­cos de pro­fe­sión ordo­li­be­ral–, no se entiende el cala­do de su misión jurí­di­co-polí­ti­ca al ser­vi­cio de la esta­bi­li­za­ción de la comu­ni­dad nacio­nal bajo la for­ma de Esta­do.  )) .
En su obra, por últi­mo, déjanse tras­lu­cir tam­bién los supues­tos filosó­fi­co-polí­ti­cos de aquel­la magna pro­mo­ción de uni­ver­si­ta­rios españoles : el pri­ma­do histó­ri­co de lo polí­ti­co frente al res­to de acti­vi­dades huma­nas, a las que envuelve o abar­ca exter­na­mente ; la depen­den­cia recí­pro­ca del pen­sa­mien­to jurí­di­co-polí­ti­co y la confi­gu­ra­ción de la for­ma polí­ti­ca histó­ri­ca ; la dis­tin­ción entre polí­ti­co (lo polí­ti­co) y polí­ti­ca (la polí­ti­ca), y entre polí­ti­co (das Poli­tisch) y Esta­do (der Staat). Hay que contar tam­bién, en este pun­to, con su sin­té­ti­ca tema­ti­za­ción de la dis­tin­ción entre gobier­no y Esta­do ((Véase D. Negro, Gobier­no y Esta­do. Madrid, Mar­cial Pons, 2002.)) , impor­tante contri­bu­ción de Dal­ma­cio Negro a la dila­ta­ción del acer­vo jurí­di­co-polí­ti­co de la escue­la de jus­pu­bli­cis­tas his­pa­nos. Resu­men de tales pos­tu­la­dos es el agnos­ti­cis­mo con res­pec­to a las for­mas de gobier­no, pues todas, sin excep­ción posible, son acci­den­tales e imper­fec­tas. Posi­ción equi­va­lente, en la pers­pec­ti­va de la teo­logía polí­ti­ca cató­li­ca, al « acci­den­ta­lis­mo de la acción polí­ti­ca ». La opción por una de las tres for­mas de gobier­no puras ((Mien­tras que las for­mas polí­ti­cas son, en prin­ci­pio, ili­mi­ta­das, el núme­ro de las for­mas de gobier­no está praxioló­gi­ca­mente limi­ta­do a tres por la dis­tri­bu­ción del poder y sus com­bi­na­ciones : o man­da uno (mono­cra­cia), o man­dan varios (oli­go­cra­cia), o man­dan casi todos (demo­cra­cia).))  o por algu­na de las posi­bi­li­dades que ofrece su com­bi­na­to­ria (for­mas de gobier­no mix­tas), a pesar de la pre­sun­ción contem­porá­nea, sigue sien­do una elec­ción ple­na de sen­ti­do, que no puede igno­rarse, como viene sien­do habi­tual desde el fin de la Guer­ra mun­dial II, en bene­fi­cio de una concep­ción par­ti­to­crá­ti­ca de la demo­cra­cia, pre­sun­ta­mente la fór­mu­la ópti­ma (y úni­ca posible) de gobier­no.

His­to­ria y feno­me­no­logía del Esta­do

Pero Negro Pavón es, ante todo, un his­to­ria­dor del Esta­do. Aunque el suyo es un esti­lo más bien ensayís­ti­co, en la tra­di­ción de los maes­tros españoles, gene­ral­mente ene­mi­gos de las grandes sum­mas, se tras­luce en muchas de sus pági­nas un esfuer­zo per­ma­nente por pre­sen­tar sis­temá­ti­ca­mente, ordenán­do­la, la par­ce­la de la rea­li­dad que consti­tuye su obje­to pre­di­lec­to : la Esta­ta­li­dad, como feno­me­no­logía de una for­ma polí­ti­ca concre­ta y como épo­ca histó­ri­ca.
« La com­pren­sión de [la] natu­ra­le­za [del Esta­do] tiene la mayor impor­tan­cia, tan­to más en el pre­sente momen­to de pro­fun­do cam­bio histó­ri­co, en el que parece estar disol­vién­dose la esta­ta­li­dad » ((Véase D. Negro, « Bos­que­jo de una his­to­ria de las for­mas del Esta­do », en Razón Españo­la, nº 122, noviembre-diciembre de 2003, p. 271.)) . Bajo la suges­tión de este tiem­po cre­pus­cu­lar y la inci­ta­ción schmit­tia­na de la his­to­ri­ci­dad concre­ta de la for­ma polí­ti­ca esta­tal, el autor ha exa­mi­na­do en varias oca­siones la esen­cia del Esta­do ((En la pers­pec­ti­va de la modu­la­ción de la tra­di­ción polí­ti­ca (libe­ral) de Euro­pa : La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do ; como ele­men­to que ha inter­fe­ri­do en el pro­ce­so de mun­da­ni­za­ción de la cultu­ra, al que puso prin­ci­pio el cris­tia­nis­mo : Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo ; como tópi­co de la his­to­rio­grafía polí­ti­ca : « Bos­que­jo de una his­to­ria de las for­mas del Esta­do », loc. cit. Todo ello se deja tras­lu­cir tam­bién en las series de alta divul­ga­ción escri­tas para la pren­sa : véanse espe­cial­mente « El mito del Esta­do de Dere­cho », 17, 24 y 31 de octubre y 7 de noviembre de 2000, y « La cri­sis del Esta­do », en La Razón, 6, 13, 20 y 27 de mar­zo de 2001.)) . El Esta­do, pro­duc­to de la cultu­ra euro­pea moder­na sur­gi­do frente al uni­ver­sa­lis­mo de la Igle­sia y el Impe­rio, es una ins­tan­cia par­ti­cu­la­ris­ta ; ni se tra­ta de una for­ma eter­na de la polí­ti­ca, sino de « una de las innu­me­rables for­mas polí­ti­cas que han exis­ti­do, exis­ten y exis­tirán ». Espi­ri­tual­mente consti­tuye un « pro­duc­to concre­to del volun­ta­ris­mo construc­ti­vis­ta carac­terís­ti­co del racio­na­lis­mo moder­no » ((Véase D. Negro, « Bos­que­jo de las for­mas del Esta­do », loc. cit., pp. 274, 277, 272, 273.)) . No pode­mos dete­ner­nos aho­ra en su tipo­logía de las for­mas de Esta­do, que el autor pre­fiere deno­mi­nar « fases de la épo­ca de la esta­ta­li­dad» ; bas­tará con men­cio­nar­las sucin­ta­mente : Esta­do de poder, Esta­do monár­qui­co, Esta­do nacio­nal y Esta­do total ((La pri­me­ra for­ma se cor­res­ponde a la épo­ca de la esta­ta­li­dad en for­ma­ción ; las demás a la de la esta­ta­li­dad consti­tui­da. Véase D. Negro, « Bos­que­jo de las for­ma del Esta­do », loc. cit., pas­sim. Esta tipo­logía, que se desar­rol­la a su vez en sub­for­mas, intro­duce algu­na varia­ción sobre la que el autor pre­sentó en La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do.)) .
Mas la esta­ta­li­dad no es sólo la conden­sa­ción polí­ti­ca del racio­na­lis­mo moder­no ; tam­bién es un esti­lo de vida diri­gi­do por la secu­la­ri­za­ción de la cultu­ra. Signi­fi­ca­ti­va­mente, recuer­da el pro­fe­sor Negro, la secu­la­ri­za­ción com­prende en su ori­gen, entre otras cosas, la mun­da­ni­za­ción o desa­mor­ti­za­ción de los bienes ecle­siás­ti­cos, lo que a la lar­ga habi­litó la inver­sión de la rela­ción entre los dos poderes, el espi­ri­tual (la Igle­sia) y el tem­po­ral (el Esta­do). Aho­ra bien, dejan­do a un lado la inago­table polé­mi­ca sus­ci­ta­da por la secu­la­ri­za­ción como cate­goría de la inter­pre­ta­ción histó­ri­ca lan­za­da por Ernst Troeltsch [1865–1923], trá­tase de algo que « mien­ta indu­da­ble­mente un hecho inter­no al cris­tia­nis­mo » ((Véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 184.)) . Esto últi­mo es lo que le inter­esa rema­char a Negro Pavón, pues la situa­ción actual de las confe­siones cris­tia­nas en Euro­pa no es aje­na al hecho de que el modo de pen­sar ecle­siás­ti­co –con su tras­fon­do teoló­gi­co-polí­ti­co– ha confi­gu­ra­do, nutrién­do­lo, el modo de pen­sar esta­tal. El pun­to de arri­ba­da de este vas­to pro­ce­so abar­ca­dor de la moder­ni­dad, carac­te­ri­za­do porque los concep­tos secu­la­ri­za­dos se revuel­ven contra la matriz reli­gio­sa, sería tal vez lo que un agu­do escri­tor español ha lla­ma­do la pro­fa­na­ción de la cultu­ra. Por su parte, Dal­ma­cio Negro, que denun­cia el abu­so del concep­to mis­mo de secu­la­ri­za­ción, apli­ca­do indis­cri­mi­na­da­mente a todo, sugiere que es pre­ci­so conte­ner su exten­sión, reserván­do­lo para el ámbi­to polí­ti­co-esta­tal, pues « a la ver­dad, parece que mucho de lo que se acha­ca indis­cri­mi­na­da­mente a la secu­la­ri­za­ción no debie­ra ser impu­ta­do a la mun­da­ni­za­ción, sino, y quizá sobre todo, a la poli­ti­za­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 187. Sobre la pro­fa­na­ción, conse­cuen­cia por otro lado de la avance de la « tota­li­za­ción de lo polí­ti­co », véanse J. Conde, Sobre la situa­ción actual del euro­peo. Madrid, Publi­ca­ciones Españo­las, 1949, pp. 23–24, y « Las dos vías fun­da­men­tales del pro­ce­so de moder­ni­za­ción polí­ti­ca : consti­tu­cio­na­li­za­ción, tota­li­za­ción », en Escri­tos y frag­men­tos polí­ti­cos, t. II. Madrid, Ins­ti­tu­to de Estu­dios Polí­ti­cos, 1974.)) .
La secu­la­ri­za­ción enten­di­da como poli­ti­za­ción de la exis­ten­cia ha encon­tra­do en el Esta­do su máxi­mo difu­sor, el cual ha explo­ta­do todas las posi­bi­li­dades de otro movi­mien­to espi­ri­tual típi­ca­mente moder­no, a saber : la neu­tra­li­za­ción de la cultu­ra ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 151–57.)) . Ori­gi­nal­mente, el pro­ce­so de neu­tra­li­za­ción (y su rever­so, la des­po­li­ti­za­ción) ha consis­ti­do en la bús­que­da de un pla­no espi­ri­tual inmune a las disen­siones que atra­vie­san la vida huma­na colec­ti­va. En el límite es el pro­pio Esta­do el que se auto­neu­tra­li­za (auto­des­po­li­ti­za), ocultán­dose lo polí­ti­co y pre­sentán­dose como ideo­logía de sus­ti­tu­ción (Ersatz) una « tole­ran­cia senil » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 152.)) . En esta pers­pec­ti­va, resul­ta muy difí­cil no ver en el Esta­do uno de los suje­tos pro­tagó­ni­cos del nihi­lis­mo occi­den­tal. Tam­bién de la decli­na­ción de Euro­pa.

Des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa

En rea­li­dad, el libro sobre el que lla­ma­mos la aten­ción del lec­tor consti­tuye un den­so ensayo sobre los efec­tos de la esta­ta­li­dad en una épo­ca que ha vis­to consu­marse irre­ver­si­ble­mente el paso del esta­do social aris­to­crá­ti­co al demo­crá­ti­co ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 203 y 275.)) . Algu­nos de esos efec­tos ya han sido apun­ta­dos aquí –secu­la­ri­za­ción y pro­fa­na­ción ; neu­tra­li­za­ción ; nihi­lis­mo ; tole­ran­cia per­ver­sa–, pero el autor se refiere tam­bién al auge del contrac­tua­lis­mo polí­ti­co, tan dife­rente del pac­tis­mo medie­val ((Para el autor, el nihi­lis­mo, en sus moda­li­dades pasi­va y acti­va, resul­ta inse­pa­rable, como posi­bi­li­dad efec­ti­va, del contrac­tua­lis­mo. Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 54 y 58.)) ; al des­qui­cia­mien­to de la auto­crí­ti­ca como ins­tru­men­to de la razón ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 121. El pathos des­truc­ti­vo que se apo­deró de Euro­pa durante el inter­re­gno de la Belle époque (1871–1914) fue legi­ti­ma­do en mayo del 1968.)) ; a la difu­sión del ateís­mo y la increen­cia ; al declive del espí­ri­tu euro­peo y del de las igle­sias, par­ti­cu­lar­mente la cató­li­ca. Todo ello le per­mite ofre­cer una rica visión de la situa­ción histó­ri­ca, abar­ca­do­ra de sus ele­men­tos más sen­sibles : el esta­do de las creen­cias euro­peas (parte I) y la rela­ción entre estas y el cris­tia­nis­mo (parte II), que Negro Pavón consi­de­ra uno de los más pode­ro­sos fac­tores de la civi­li­za­ción en Euro­pa ; por esta razón dedi­ca la III parte de su obra a una vein­te­na de « ideas » y « for­mas » que dan su gra­cia pecu­liar a lo euro­peo y que tie­nen, a su jui­cio, una geni­tu­ra cris­tia­na.

-->