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Cris­tia­nis­mo y des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa

Dal­ma­cio Negro Pavón [1931] es his­to­ria­dor de las ideas y de las for­mas polí­ti­cas, suges­ti­va dis­ci­pli­na de ins­pi­ra­ción ger­ma­ni­zante, en cuyo desem­peño suce­dió a su maes­tro, Luis Díez del Cor­ral [1911–1998], en la cáte­dra com­plu­tense. Esta cáte­dra, ya extin­gui­da ((O « amor­ti­za­da », según el cíni­co len­guaje de los buro-peda­go­gos (bureau-péda­gogues). Sobre estos pobres dia­blos, que tan « alto concep­to tie­nen de si mis­mos », y sobre los pro­fe­sores uni­ver­si­ta­rios, trans­for­ma­dos en « inves­ti­ga­dores » y « agentes del cam­bio » por la men­cio­na­da buro­cra­cia –cuyas dádi­vas per­si­guen rel­le­nan­do for­mu­la­rios y escri­bien­do papeles, pues « todo el mun­do tiene que inves­ti­gar, aunque no sepa qué ni para qué y carez­ca de toda clase de cri­te­rios»–, véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo. Madrid, Unión Edi­to­rial, 2004, pp. 131–32. )) , ha sido has­ta 2001, año jubi­lar del pro­fe­sor Negro, un pun­to de refe­ren­cia para el pen­sa­mien­to polí­ti­co libe­ral hispá­ni­co. Par­ti­cu­lar­mente en los difí­ciles años cua­ren­ta, impre­gna­dos de la retó­ri­ca auto­ri­ta­ria nacio­na­lis­ta, y en los ochen­ta, la déca­da de las pur­gas silen­cio­sas y legales que los gobier­nos socia­lis­tas de la épo­ca decre­ta­ron en las Uni­ver­si­dades del Esta­do. Negro Pavón, de arrai­ga­das convic­ciones libe­rales y cató­li­cas, no sólo ignoró los envites admi­nis­tra­ti­vos de aquel­los gobier­nos anti­li­be­rales, pres­crip­tores del actual, sino que además ha veni­do trans­mi­tien­do a sus alum­nos y discí­pu­los –una nue­va gene­ra­ción de uni­ver­si­ta­rios aje­na a los pre­jui­cios de la cultu­ra izquier­dis­ta pre­do­mi­nante–, una for­ma de pen­sar o inqui­rir en la rea­li­dad acen­tua­da­mente polí­ti­ca. Freund [1921–1993] la llamó visión maquia­ve­lia­na. Tam­bién nos ha enseña­do la pasión por el escla­re­ci­mien­to del sis­te­ma de jerar­quías pro­pio de la cultu­ra euro­pea y, en gene­ral, de todo aquel­lo que, siguien­do al filó­so­fo Alfred North Whi­te­head [1861–1947], suele deno­mi­nar las impor­tan­cias ((Véase Modes of Thought. Six lec­tures deli­ve­red in Wel­les­ley Col­lege, Mas­sa­chu­setts, and two lec­tures in the Uni­ver­si­ty Chi­ca­go. Nue­va York, The Mac­mil­lan com­pa­ny, 1938 (nue­va ed. 1985).)) . Esto mis­mo sigue sien­do el conte­ni­do de su magis­te­rio actual en la Uni­ver­si­dad San Pablo de Madrid.

Dal­ma­cio Negro ha desar­rol­la­do una impor­tante obra his­to­rio­grá­fi­ca ((Dal­ma­cio Negro es autor de seis libros, de más una vein­te­na de edi­ciones de tex­tos clá­si­cos polí­ti­cos y de varios cen­te­nares de artí­cu­los, en revis­tas espe­cia­li­za­das y en la pren­sa dia­ria, medio al que ha dedi­ca­do cin­co años escri­bien­do una enjun­dio­sa colum­na sema­nal en el per­ió­di­co La Razón (1999–2004). De todo ello se dirá algo más ade­lante. Por otro lado, la posi­ción inte­lec­tual de Negro Pavón, en una pers­pec­ti­va abar­ca­do­ra de toda su obra, resul­ta ser conver­gente con la de Gon­za­lo Fernán­dez de la Mora [1924–2000]. Jun­to a estos dos, Álva­ro d’Ors [1915–2004] com­ple­ta la tri­logía de los escri­tores polí­ti­cos más des­ta­ca­dos del pano­ra­ma de la dere­cha inte­lec­tual españo­la de la III Res­tau­ra­ción, la del régi­men des­po­li­ti­za­dor de 1978. Su esca­so ascen­diente sobre una opi­nión públi­ca ado­ce­na­da no debe pre­juz­gar la tras­cen­den­cia de su pen­sa­mien­to.))  en la que des­ta­ca su voca­ción por enca­rar los pro­ble­mas del tiem­po pre­sente. Si hubié­se­mos de pre­sen­tar esquemá­ti­ca­mente su pen­sa­mien­to, sería sin duda una bue­na aproxi­ma­ción orde­nar sus escri­tos tenien­do en cuen­ta su (a) inti­mi­dad filosó­fi­ca con la his­to­ria, mar­ca espi­ri­tual de su gene­ra­ción ; su contri­bu­ción a (b) la his­pa­ni­za­ción de la tra­di­ción libe­ral, conti­nua­ción del magis­te­rio de su men­tor Díez del Cor­ral, y © la feno­me­no­logía del Esta­do, el más per­so­nal de sus empeños inte­lec­tuales. Esti­ma­mos nece­sa­rias algu­nas pre­ci­siones al res­pec­to, pues de lo contra­rio, podría pare­cer al lec­tor que el últi­mo de sus libros, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, es un ensayo excén­tri­co al núcleo de su obra ((Por lo demás, la teo­logía polí­ti­ca, que consti­tuye una de las líneas de ataque de este libro, es un asun­to recur­rente en el autor. Véanse : D. Negro, « El pro­ble­ma de la Teo­logía polí­ti­ca a propó­si­to del nue­vo cate­cis­mo », en VV. AA., Estu­dios sobre el Cate­cis­mo de la Igle­sia Cató­li­ca. Madrid, AEDOS – Unión Edi­to­rial, 1996 ; y « Onto­logía de la dere­cha y la izquier­da. Un posible capí­tu­lo de teo­logía polí­ti­ca », en Anales de la Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas, LI, nº 76, 1999.)) .

Estas pági­nas, que des­ta­can sobre el des­ca­fei­na­do [ la pla­ti­tude du] pano­ra­ma inte­lec­tual español, han conci­ta­do la aten­ción de los sec­tores cató­li­cos españoles más com­pro­me­ti­dos con la proyec­ción públi­ca de su fe, al menos de aquel­los en los que todavía no ha hecho mel­la « la iner­cia, la fal­ta de coraje, el confor­mis­mo, el desá­ni­mo y la deso­rien­ta­ción de las Igle­sias docentes » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 14.)) ; pero tam­bién ha inter­esa­do mucho a no pocos lec­tores lai­cos, « unos por razón de fe, otros por ins­tin­to de conser­va­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 15.)) , cate­gorías que el autor uti­li­za curio­sa­mente para refe­rirse, sin men­cio­nar­la, a la reac­ción de una parte de los españoles ante la insen­sa­ta polí­ti­ca anti­cató­li­ca del gobier­no. Esto es : aco­so pre­su­pues­ta­rio (cues­tio­na­mien­to del actual sis­te­ma de finan­cia­ción de la Igle­sia, el cual per­mite a los fieles des­ti­nar a su sos­te­ni­mien­to, libre y volun­ta­ria­mente, una míni­ma parte de su cuo­ta fis­cal); aco­so pedagó­gi­co (deva­lua­ción de la enseñan­za de la reli­gión cató­li­ca en los cole­gios, equi­parán­do­la a la enseñan­za del Islam, consi­de­ra­da tam­bién « reli­gión de noto­rio arrai­go », sic); aco­so consti­tuyente (trans­for­ma­ción del prin­ci­pio polí­ti­co de la acon­fe­sio­na­li­dad del Esta­do en lai­cis­mo); y aco­so legis­la­ti­vo (pre­ten­sión de ampliar los supues­tos del abor­to ; proyec­to de ley auto­ri­zan­do los « matri­mo­nios homo­sexuales » con « dere­cho » a adop­tar niños ; revi­sión de los Acuer­dos Igle­sia-Esta­do de 1979). Com­pen­dio de todo ello es la hos­ti­li­dad cultu­ral (Kul­tur­kampf) de la sec­ta guber­na­men­tal hacia la tra­di­ción cató­li­ca nacio­nal, ele­men­to tectó­ni­co en la his­to­ria de España pero que los inte­lec­tuales a suel­do del esta­blish­ment sue­len pre­sen­tar, pro­pa­gandís­ti­ca­mente, como un epi­so­dio super­fi­cial, acci­den­tal, epi­dér­mi­co ((Con razón ha vis­to Dal­ma­cio Negro que, en estas cir­cuns­tan­cias, a una razón reli­gio­sa ele­men­tal (defen­sio fidei) se super­pone, en muchas gentes de sen­ti­do común, una razón polí­ti­ca prác­ti­ca : la volun­tad de defen­der tam­bién un modo de vida valio­so, del cual es un ingre­diente muy impor­tante la reli­gión de los padres. En España, por cier­to, la pasión anti­cató­li­ca y la manía lai­cis­ta apa­re­cen siempre mez­cla­das con las acti­vi­dades masó­ni­cas. De enorme inter­és : César Vidal [1958], Los masones. Bar­ce­lo­na, Pla­ne­ta, 2005. Tam­bién Ricar­do de la Cier­va [1926], La maso­nería invi­sible. Madrid, Fénix, 2002. )) .

La inti­mi­dad filosó­fi­ca con la his­to­ria

Es carac­terís­ti­co de los uni­ver­si­ta­rios españoles, maes­tros y discí­pu­los, del ter­cio medio del siglo XX lo que Pedro Laín Entral­go [1908–2001] llamó la « inti­mi­dad con la his­to­ria ». Las cien­cias huma­nas, en par­ti­cu­lar des­pués de la Guer­ra civil, se vie­ron en España some­ti­das a un pro­ce­so tan inten­si­vo como fecun­do de his­to­ri­fi­ca­ción. Se acu­sa así reci­bo del choque con la his­to­ria, que en Ale­ma­nia tuvo como capitán a Wil­helm Dil­they [1833–1911]. El invo­lun­ta­rio patrón hispá­ni­co de ese vas­to movi­mien­to, asun­to que, por cier­to, a nadie se le ha ocur­ri­do estu­diar sis­temá­ti­ca­mente, fue el filó­so­fo cató­li­co Xavier Zubi­ri [1898–1983]. Pre­ci­sa­mente, los ecos de su bellí­si­mo ensayo de 1944 sobre « El acon­te­cer huma­no » todavía pue­den escu­charse en España en escri­tores como Dal­ma­cio Negro ((Véase X. Zubi­ri, « El acon­te­cer huma­no. Gre­cia y la per­vi­ven­cia del pasa­do filosó­fi­co », en Natu­ra­le­za, His­to­ria, Dios. Madrid, Alian­za Edi­to­rial, 1987. Cfr. D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 202.)) .
En la obra de Negro Pavón apa­re­cen tren­za­das, desde sus pri­me­ros tra­ba­jos, las incur­siones hacia la his­to­ria de las ideas, la his­to­ria del Esta­do y las trans­for­ma­ciones de lo que ha deno­mi­na­do « modos del pen­sa­mien­to polí­ti­co » ((Sobre esto resul­ta de gran inter­és D. Negro, « Modos del pen­sa­mien­to polí­ti­co », en Anales de Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas, XLVIII, nº 73, 1996. Su visión de los modos de pen­sar que deno­mi­na « ecle­siás­ti­co-polí­ti­co » y « esta­tal », de sus diver­gen­cias en los albores de la Edad moder­na y, por últi­mo, de la esta­ti­fi­ca­ción del pen­sa­mien­to ecle­siás­ti­co durante el últi­mo siglo, consti­tuye una ori­gi­nal aproxi­ma­ción a los pro­ble­mas de la Igle­sia contem­porá­nea. )) . El pro­fe­sor madri­leño ha tra­du­ci­do y ano­ta­do, sobre todo durante los años 70, impor­tantes obras polí­ti­cas como De la demo­cra­cia en Fran­cia de Fran­çois Gui­zot [1787–1874], La físi­ca social de Auguste Comte [1798–1857], o La consti­tu­ción de Ale­ma­nia de Georg W. F. Hegel [1770–1831]. Mas no deben olvi­darse sus edi­ciones de John Stuart Mill ((Val­ga como ejem­plo su edi­ción de J. S. Mill, Sobre la liber­tad y Comen­ta­rios a Toc­que­ville. Madrid, Espa­sa-Calpe, 1991.))  [1806–1873], per­so­naje tras­cen­den­tal en la his­to­ria de las ideas, pues es el gozne alre­de­dor del cual el libe­ra­lis­mo clá­si­co es « socia­li­za­do » por el huma­ni­ta­ris­mo de la segun­da mitad del siglo XIX, has­ta hacer de él, como pre­ten­die­ron Eduard Bern­stein [1850–1932] y otros social­demó­cra­tas, una suerte de socia­lis­mo imper­fec­to. De hecho, Negro Pavón se ocupó en su pri­mer libro, pre­ci­sa­mente, de la encru­ci­ja­da inte­lec­tual de Mill hijo ((Véase D. Negro, Libe­ra­lis­mo y socia­lis­mo. La encru­ci­ja­da inte­lec­tual de Stuart Mill. Madrid, Ins­ti­tu­to de Estu­dios Polí­ti­cos, 1975.)) . Le siguió un estu­dio sis­temá­ti­co de la filo­sofía com­tea­na ((Véase D. Negro, Comte. Posi­ti­vis­mo y revo­lu­ción. Madrid, Cin­cel, 1985.)) . A par­tir de ese momen­to, la his­to­rio­grafía de las ideas fue cedien­do en él la vez a los pro­ble­mas plan­tea­dos por la for­ma polí­ti­ca esta­tal ((Mas no por ello aban­do­na la his­to­rio­grafía de las ideas, en él vin­cu­la­da siempre al estu­dio de los escri­tores polí­ti­cos más rele­vantes. Véanse D. Negro (edi­tor), Estu­dios sobre Carl Schmitt [1888–1985]. Madrid, Fun­da­ción Cáno­vas del Cas­tillo, 1986 ; « Pró­lo­go » a Ber­trand de Jou­ve­nel [1903–1987], Sobre el poder. Madrid, Unión Edi­to­rial, 1998 ; « Mon­tes­quieu, Kri­ti­ker des Wohl­fahrtss­taates avant la lettre », en Paul-Lud­wig Wei­nacht [1938] (edi­tor), Mon­tes­quieu 250 Jahre ‘Geis der Gesetze’. Bei­träge aus Poli­ti­scher Wis­sen­schaft, Juris­pru­denz und Roma­nis­tik. Baden-Baden, Nomos Ver­lag­sge­sell­schaft, 1999.)) . Tuvo que influir en la modu­la­ción de su acti­tud el estu­dio de Leo­pold von Ranke [1795–1886], cuyo libro magis­tral Sobre las épo­cas de la his­to­ria moder­na ((Madrid, Edi­to­ra Nacio­nal, 1981.))  tra­du­jo y pro­logó amplia­mente. De Ranke pro­ce­den sin duda los pre­con­cep­tos que sus­ten­tan su teoría histó­ri­co-polí­ti­ca : la « ocu­la­ri­dad » como carac­terís­ti­ca del saber pro­pio de los his­to­ria­dores y la pre­sun­ción de que la his­to­ria polí­ti­ca es la his­to­ria par excel­lence ((El his­to­ria­dor, para Ranke, ha de ser ganz Auge, « todo ojos ». Pro­fun­do cono­ce­dor de la his­to­ria del Papa­do, Ranke vio la his­to­ria de Euro­pa como la his­to­ria de las cin­co grandes naciones reco­no­ci­das en el Conci­lio de Constan­za en 1414 (Fran­cia, Ingla­ter­ra, España, Ale­ma­nia e Ita­lia).  Uno de sus concep­tos más polé­mi­cos, sobre todo por su explo­ta­ción nacio­na­lis­ta, es el de Gran poten­cia (Gross Macht). El influ­jo de Ranke en España ha sido tardío, pero ni mucho menos des­pre­ciable ; véase la expo­si­ción de J. Moli­na, « Javier Conde y Leo­pol­do Ranke », en Empre­sas Polí­ti­cas, nº 1, 2002. En fran­cés : L. von Ranke, His­toire des Osman­lis et de la monar­chie espa­gnole pen­dant les XVIe et XVIIe siècles. París, Débe­court, 1839 (18452ª, 18732ª); His­toire de France, prin­ci­pa­le­ment pen­dant le XVIe et le XVIIe siècle. París, F. Klinck­sieck, 1854–1889, 6 vol.; y His­toire de la papau­té pen­dant les sei­zième et dix-sep­tième siècles. París, Robert Laf­font, 1986.)) .
La inves­ti­ga­ción sobre la Esta­ta­li­dad es abor­da­da por Negro Pavón desde una doble pers­pec­ti­va. Por un lado, se ocu­pa de la sin­gu­la­ri­dad de la for­ma polí­ti­ca españo­la, la Monar­quía hispá­ni­ca, enfren­ta­da agó­ni­ca­mente al Leviatán euro­peo. De otro, sus tra­ba­jos consti­tuyen tam­bién, en sen­ti­do estric­to, una his­to­rio­grafía del Esta­do como for­ma polí­ti­ca de la moder­ni­dad euro­pea.

Un libe­ra­lis­mo his­pa­ni­za­do

El modo de pen­sar polí­ti­co de Negro Pavón atiende a las deter­mi­na­ciones impe­rio­sas (natu­rales) de lo polí­ti­co, pero al mis­mo tiem­po es consciente de las posi­bi­li­dades abier­tas por la concep­ción euro­pea de la polí­ti­ca, la del rea­lis­mo polí­ti­co, acti­tud espi­ri­tual que en su concep­to resul­ta equi­va­lente a la tra­di­ción libe­ral ((Sobre la afi­ni­dad entre rea­lis­mo polí­ti­co, neo­ma­quia­ve­lis­mo y libe­ra­lis­mo conser­va­dor pue­den verse las muy inter­esantes aco­ta­ciones de Sébas­tien de la Touanne, Julien Freund, pen­seur ‘machia­vé­lien’ de la poli­tique. París, L’Harmattan, 2004, espec. pp. 38–39 y 331–21.)) . Lo polí­ti­co, en este sen­ti­do, es un haz de posi­bi­li­dades entre las que elige la polí­ti­ca, recha­zan­do unas y desar­rol­lan­do otras. En uno de sus libros más impor­tantes, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, que consti­tuye su dis­cur­so de ingre­so en la Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas ((La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do.  Dis­cur­so leí­do el día 8 de mayo de 1995 en el acto de su recep­ción como aca­dé­mi­co por el Exc­mo. Sr. D. Dal­ma­cio Negro Pavón y contes­ta­ción del Exc­mo. Sr. D. Gon­za­lo Fernán­dez de la Mora. Madrid, 1995. Reim­pre­sión : Madrid, Unión Edi­to­rial, 1995.)) , ha exa­mi­na­do la tra­di­ción libe­ral a par­tir de las apor­ta­ciones que, en su opi­nión, la han fun­da­do : la tra­di­ción polí­ti­ca de Gre­cia, la tra­di­ción jurí­di­ca de Roma y la tra­di­ción cris­tia­na del gobier­no limi­ta­do ((La preo­cu­pa­ción por los ele­men­tos de la cultu­ra euro­pea es una constante en su obra, deu­do­ra tam­bién en este pun­to de los estu­dios pre­cur­sores de Díez del Cor­ral. Véanse D. Negro, « El carác­ter pragmá­ti­co de la cultu­ra euro­pea y sus ele­men­tos », en VV. AA., Estu­dios histó­ri­cos. Home­naje a los pro­fe­sores José María Jover Zamo­ra y Vicente Pala­cio Atard. Madrid, Uni­ver­si­dad Com­plu­tense, 1991 ; «¿Qué Euro­pa ? ¿Qué España ? », en Anales de la Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas, vol. LIII, nº 78, 2001, y « Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo », en Anales de la Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas, vol. LV, nº 80, 2003. En este últi­mo tex­to, amplia­mente desar­rol­la­do, tiene su ori­gen el libro del mis­mo títu­lo del que aquí nos ocu­pa­mos. Sobre Díez del Cor­ral : D. Negro, « La obra y el pen­sa­mien­to histó­ri­co-polí­ti­co de Luis Díez del Cor­ral », en Anales de la Real Aca­de­mia de Cien­cias Morales y Polí­ti­cas, LIV, nº 79, 2002.   )) . Con res­pec­to a esto últi­mo no carece de inter­és recor­dar que como reac­ción ante la concen­tra­ción esta­tal del poder que comien­za a ges­tarse en la Baja Edad media, « comenzó a meta­mor­fo­searse la idea de ori­gen ecle­siás­ti­co de que todo gobier­no tiene que ser limi­ta­do, en especí­fi­ca­mente libe­ral » ((Véase D. Negro Pavón, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 126.)) . Que estas ideas pren­die­ran anti­ci­pa­da­mente en los ambientes pro­tes­tantes tiene que ver, según el autor, con los avances de la Esta­ta­li­dad en los Prin­ci­pa­dos que se jus­ti­fi­can polí­ti­ca­mente por la confe­sión de la fe refor­ma­da. Aho­ra bien, la tra­di­ción libe­ral, al inci­dir sobre ella el Esta­do, la for­ma polí­ti­ca genui­na­mente moder­na, ha expe­ri­men­ta­do notables alte­ra­ciones. Pue­den dis­tin­guirse por ello dos grandes fami­lias libe­rales, diver­gentes a todos los efec­tos : el libe­ra­lis­mo polí­ti­co, de tra­di­ción anglo­sa­jo­na, y el libe­ra­lis­mo rega­lis­ta, de impron­ta fran­ce­sa, dife­ren­cia­dos por su acti­tud, nega­ti­va en el pri­me­ro, pro­clive en el segun­do, ante el des­pliegue de los prin­ci­pios fun­da­men­tales de la Esta­ta­li­dad (sobe­ranía y neu­tra­li­dad). La tesis de Negro Pavón es que desde la Revo­lu­ción fran­ce­sa, si bien las bases que­da­ron esta­ble­ci­das con Tho­mas Hobbes [1588–1679] ((El autor ha dedi­ca­do tam­bién impor­tantes mono­grafías al filó­so­fo de Mal­mes­bu­ry : véanse D. Negro, « La ima­gi­na­ción polí­ti­ca de Hobbes », en Revis­ta de Estu­dios Polí­ti­cos, nº 215, 1977 ; y « Pró­lo­go » a T. Hobbes, Ele­men­tos de Dere­cho natu­ral y polí­ti­co. Madrid, Cen­tro de Estu­dios Consti­tu­cio­nales, 1979.))  o inclu­so antes (nomi­na­lis­mo bajo­me­die­val : Duns Sco­to [1268–1308], Guillaume d’Ockham [1285–1349]), el libe­ra­lis­mo pre­do­mi­nante ha sido el rega­lis­ta, lo cual expli­ca (aunque no jus­ti­fi­ca) el recha­zo en bloque de todo libe­ra­lis­mo. [dis­tingue le bon et le mau­vais libé­ra­lisme, le bon étant l’anglo-saxon…]
Dal­ma­cio Negro, y ello com­por­ta un méri­to extra­or­di­na­rio dadas las cir­cuns­tan­cias, ha sabi­do adap­tar a los reque­ri­mien­tos del tiem­po fini­se­cu­lar el com­plexio oppo­si­to­rum de la abs­trac­ta doc­tri­na deci­monó­ni­ca, en parte des­na­tu­ra­li­za­da por su pro­pia diná­mi­ca inter­ior. En la pro­fe­sión inte­lec­tual de Negro Pavón, el libe­ra­lis­mo adquiere dos notas carac­terís­ti­cas y, a la ver­dad, raras en los ambientes en los que dicha doc­tri­na es rei­vin­di­ca­da : (1) una pro­fun­da ten­sión polí­ti­ca, refrac­ta­ria al inge­nuo eco­no­mi­cis­mo que hoy impe­ra. A su jui­cio, el libe­ra­lis­mo úni­ca­mente tiene sen­ti­do si es pen­sa­do y eje­cu­ta­do polí­ti­ca­mente ; ello exige, en conse­cuen­cia, el sobre­sei­mien­to de todas las adhe­ren­cias mora­lis­tas ((Aunque se puede dedu­cir de sus escri­tos de crí­ti­ca de la cultu­ra, se echa en fal­ta en su obra una crí­ti­ca sis­temá­ti­ca del libe­ra­lis­mo des­po­li­ti­za­do a par­tir de J. Stuart Mill, el gran « des­na­tu­ra­li­za­dor » de esa doc­tri­na. Cfr. J. Moli­na, « Pri­mat du poli­tique et poli­tique de la culture dans la pen­sée libé­ral », en Catho­li­ca, nº 83, 2004. )) . Tam­bién resul­ta carac­terís­ti­co de su acti­tud (2) la his­pa­ni­za­ción del pen­sa­mien­to libe­ral, conse­cuen­cia de su modu­la­ción según las cir­cuns­tan­cias del genio nacio­nal o, en la ter­mi­no­logía del barón de Mon­tes­quieu [1689–1755], el deter­mi­nis­mo del milieu. Trá­tase, en cual­quier caso, de una acti­tud no decla­ra­da expre­sis ver­bis. En este sen­ti­do, Dal­ma­cio Negro es el autor de una suges­ti­va his­to­ria espi­ri­tual del libe­ra­lis­mo español, en la que rei­vin­di­ca la « tra­di­ción españo­la del gobier­no limi­ta­do », sobre el supues­to de que el libe­ra­lis­mo es « la ideo­logía polí­ti­ca cohe­rente con el cris­tia­nis­mo en las condi­ciones del mun­do moder­no y contem­porá­neo » ((Véase D. Negro, El libe­ra­lis­mo en España. Madrid, Unión Edi­to­rial, 1988, p. 12. En la mis­ma pági­na puede leerse que « esta concep­ción des­can­sa fun­da­men­tal­mente en la idea cris­tia­na según la cual todo hombre es libre por su condi­ción de ser crea­do a ima­gen y seme­jan­za de Dios y que posee, por ende, a dife­ren­cia de los demás seres, una liber­tad natu­ral ». En otro lugar define el libe­ra­lis­mo como un « tem­po­ra­lis­mo de raíz medie­val » : Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 201.)) . Ha reco­no­ci­do, sin embar­go, que aquel libe­ra­lis­mo fue « has­ta muy entra­do el siglo [XIX], una construc­ción inte­lec­tual y bas­tante lite­ra­ria, pues ni había muchos libe­rales ni el pue­blo era (polí­ti­ca­mente) libe­ral » ((Véase D. Negro Pavón, « El Esta­do y los inte­lec­tuales españoles en el siglo XX », en Razón Españo­la, nº 124, mar­zo-abril de 2004, p. 153.))
En el fon­do, la idea de un libe­ra­lis­mo polí­ti­co his­pa­ni­za­do debe verse como una de las constantes de lo mejor del pen­sa­mien­to polí­ti­co español durante la segun­da mitad del siglo XX. En ella se reco­no­cen tan­to los juris­tas de la Escue­la españo­la de Dere­cho polí­ti­co (1935–1969) ((La Escue­la españo­la de Dere­cho polí­ti­co ha sido la reno­va­do­ra de los saberes jurí­di­co-polí­ti­cos, poli­ti­coló­gi­cos y socioló­gi­cos en España durante el ter­cio medio del siglo XX. Su magis­te­rio, empe­ro, no ha sido rei­vin­di­ca­do has­ta fechas recientes, pues una visión mez­qui­na del mun­do uni­ver­si­ta­rio y del movi­mien­to de las ideas en España lo impedía. Javier Conde [1907–1974] es el juris­ta epó­ni­mo de este gru­po. Puede verse de él Teoría y sis­te­ma de las for­mas polí­ti­cas (5ª ed.). Gra­na­da, Comares, 2005 (en pre­pa­ra­ción). ))  como sus discí­pu­los, par­ti­da­rios y adic­tos ((Jesús Fueyo [1921–1993], Rodri­go Fernán­dez-Car­va­jal [1924–1997], José Zafra Val­verde [1931], etc., etc.)) . Dal­ma­cio Negro, sin per­te­ne­cer a nin­gu­na de estas cate­gorías dis­centes, se formó en el ambiente inte­lec­tual por ellos pro­pi­cia­do, cuya matriz era el jus­na­tu­ra­lis­mo cató­li­co [ce que conteste Miguel]. Resul­ta pues cohe­rente con esta tra­di­ción la impre­gna­ción cató­li­ca de su libe­ra­lis­mo, lo que lo vuelve en cier­to modo pro­blemá­ti­co. Resul­ta ser el suyo un « libe­ra­lis­mo lai­co adver­so al Esta­do o, por lo menos, a los ele­men­tos anti­li­be­rales », que se opone al « secu­la­ri­za­do, libe­ral por tra­di­ción pero adver­so al Esta­do », que se impone a par­tir de la divi­sión reli­gio­sa de la cris­tian­dad y la deca­den­cia sub­si­guiente de la « concep­ción tra­di­cio­nal del gobier­no vin­cu­la­da al orde­na­lis­mo » ((Véase D. Negro Pavón, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 129. El libe­ra­lis­mo polí­ti­co his­pa­ni­za­do, de raíz cató­li­ca, consti­tuye, por enci­ma de todas las adhe­ren­cias ideoló­gi­cas (« anti­li­be­ra­lis­mo » como prin­ci­pio polí­ti­co for­mal), la doc­tri­na que ver­te­bró el Esta­do fun­da­do por el Gene­ral Fran­co [1892–1975] y refor­ma­do por la « revo­lu­ción legal » de 1977. En cier­to modo, la consti­tu­ción de 1978 –car­ta otor­ga­da y, al mis­mo tiem­po, ley pac­cio­na­da–, es la IX Ley Fun­da­men­tal del ciclo consti­tuyente inau­gu­ra­do en 1936. Úni­ca­mente en esta pers­pec­ti­va cobran sen­ti­do, de un lado, la crí­ti­cas a la obra polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra de los doc­tri­na­rios del falan­gis­mo y el pen­sa­mien­to tra­di­cio­na­lis­ta, y de otro la posi­ción inte­lec­tual de juris­tas como Javier Conde, Rodri­go Fernán­dez-Car­va­jal o Gon­za­lo Fernán­dez de la Mora. Si se igno­ra el tras­fon­do libe­ral sobre el que ope­ran el idea­rio de estos juris­tas –a los que se podrían sumar tam­bién los eco­no­mis­tas polí­ti­cos de pro­fe­sión ordo­li­be­ral–, no se entiende el cala­do de su misión jurí­di­co-polí­ti­ca al ser­vi­cio de la esta­bi­li­za­ción de la comu­ni­dad nacio­nal bajo la for­ma de Esta­do.  )) .
En su obra, por últi­mo, déjanse tras­lu­cir tam­bién los supues­tos filosó­fi­co-polí­ti­cos de aquel­la magna pro­mo­ción de uni­ver­si­ta­rios españoles : el pri­ma­do histó­ri­co de lo polí­ti­co frente al res­to de acti­vi­dades huma­nas, a las que envuelve o abar­ca exter­na­mente ; la depen­den­cia recí­pro­ca del pen­sa­mien­to jurí­di­co-polí­ti­co y la confi­gu­ra­ción de la for­ma polí­ti­ca histó­ri­ca ; la dis­tin­ción entre polí­ti­co (lo polí­ti­co) y polí­ti­ca (la polí­ti­ca), y entre polí­ti­co (das Poli­tisch) y Esta­do (der Staat). Hay que contar tam­bién, en este pun­to, con su sin­té­ti­ca tema­ti­za­ción de la dis­tin­ción entre gobier­no y Esta­do ((Véase D. Negro, Gobier­no y Esta­do. Madrid, Mar­cial Pons, 2002.)) , impor­tante contri­bu­ción de Dal­ma­cio Negro a la dila­ta­ción del acer­vo jurí­di­co-polí­ti­co de la escue­la de jus­pu­bli­cis­tas his­pa­nos. Resu­men de tales pos­tu­la­dos es el agnos­ti­cis­mo con res­pec­to a las for­mas de gobier­no, pues todas, sin excep­ción posible, son acci­den­tales e imper­fec­tas. Posi­ción equi­va­lente, en la pers­pec­ti­va de la teo­logía polí­ti­ca cató­li­ca, al « acci­den­ta­lis­mo de la acción polí­ti­ca ». La opción por una de las tres for­mas de gobier­no puras ((Mien­tras que las for­mas polí­ti­cas son, en prin­ci­pio, ili­mi­ta­das, el núme­ro de las for­mas de gobier­no está praxioló­gi­ca­mente limi­ta­do a tres por la dis­tri­bu­ción del poder y sus com­bi­na­ciones : o man­da uno (mono­cra­cia), o man­dan varios (oli­go­cra­cia), o man­dan casi todos (demo­cra­cia).))  o por algu­na de las posi­bi­li­dades que ofrece su com­bi­na­to­ria (for­mas de gobier­no mix­tas), a pesar de la pre­sun­ción contem­porá­nea, sigue sien­do una elec­ción ple­na de sen­ti­do, que no puede igno­rarse, como viene sien­do habi­tual desde el fin de la Guer­ra mun­dial II, en bene­fi­cio de una concep­ción par­ti­to­crá­ti­ca de la demo­cra­cia, pre­sun­ta­mente la fór­mu­la ópti­ma (y úni­ca posible) de gobier­no.

His­to­ria y feno­me­no­logía del Esta­do

Pero Negro Pavón es, ante todo, un his­to­ria­dor del Esta­do. Aunque el suyo es un esti­lo más bien ensayís­ti­co, en la tra­di­ción de los maes­tros españoles, gene­ral­mente ene­mi­gos de las grandes sum­mas, se tras­luce en muchas de sus pági­nas un esfuer­zo per­ma­nente por pre­sen­tar sis­temá­ti­ca­mente, ordenán­do­la, la par­ce­la de la rea­li­dad que consti­tuye su obje­to pre­di­lec­to : la Esta­ta­li­dad, como feno­me­no­logía de una for­ma polí­ti­ca concre­ta y como épo­ca histó­ri­ca.
« La com­pren­sión de [la] natu­ra­le­za [del Esta­do] tiene la mayor impor­tan­cia, tan­to más en el pre­sente momen­to de pro­fun­do cam­bio histó­ri­co, en el que parece estar disol­vién­dose la esta­ta­li­dad » ((Véase D. Negro, « Bos­que­jo de una his­to­ria de las for­mas del Esta­do », en Razón Españo­la, nº 122, noviembre-diciembre de 2003, p. 271.)) . Bajo la suges­tión de este tiem­po cre­pus­cu­lar y la inci­ta­ción schmit­tia­na de la his­to­ri­ci­dad concre­ta de la for­ma polí­ti­ca esta­tal, el autor ha exa­mi­na­do en varias oca­siones la esen­cia del Esta­do ((En la pers­pec­ti­va de la modu­la­ción de la tra­di­ción polí­ti­ca (libe­ral) de Euro­pa : La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do ; como ele­men­to que ha inter­fe­ri­do en el pro­ce­so de mun­da­ni­za­ción de la cultu­ra, al que puso prin­ci­pio el cris­tia­nis­mo : Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo ; como tópi­co de la his­to­rio­grafía polí­ti­ca : « Bos­que­jo de una his­to­ria de las for­mas del Esta­do », loc. cit. Todo ello se deja tras­lu­cir tam­bién en las series de alta divul­ga­ción escri­tas para la pren­sa : véanse espe­cial­mente « El mito del Esta­do de Dere­cho », 17, 24 y 31 de octubre y 7 de noviembre de 2000, y « La cri­sis del Esta­do », en La Razón, 6, 13, 20 y 27 de mar­zo de 2001.)) . El Esta­do, pro­duc­to de la cultu­ra euro­pea moder­na sur­gi­do frente al uni­ver­sa­lis­mo de la Igle­sia y el Impe­rio, es una ins­tan­cia par­ti­cu­la­ris­ta ; ni se tra­ta de una for­ma eter­na de la polí­ti­ca, sino de « una de las innu­me­rables for­mas polí­ti­cas que han exis­ti­do, exis­ten y exis­tirán ». Espi­ri­tual­mente consti­tuye un « pro­duc­to concre­to del volun­ta­ris­mo construc­ti­vis­ta carac­terís­ti­co del racio­na­lis­mo moder­no » ((Véase D. Negro, « Bos­que­jo de las for­mas del Esta­do », loc. cit., pp. 274, 277, 272, 273.)) . No pode­mos dete­ner­nos aho­ra en su tipo­logía de las for­mas de Esta­do, que el autor pre­fiere deno­mi­nar « fases de la épo­ca de la esta­ta­li­dad» ; bas­tará con men­cio­nar­las sucin­ta­mente : Esta­do de poder, Esta­do monár­qui­co, Esta­do nacio­nal y Esta­do total ((La pri­me­ra for­ma se cor­res­ponde a la épo­ca de la esta­ta­li­dad en for­ma­ción ; las demás a la de la esta­ta­li­dad consti­tui­da. Véase D. Negro, « Bos­que­jo de las for­ma del Esta­do », loc. cit., pas­sim. Esta tipo­logía, que se desar­rol­la a su vez en sub­for­mas, intro­duce algu­na varia­ción sobre la que el autor pre­sentó en La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do.)) .
Mas la esta­ta­li­dad no es sólo la conden­sa­ción polí­ti­ca del racio­na­lis­mo moder­no ; tam­bién es un esti­lo de vida diri­gi­do por la secu­la­ri­za­ción de la cultu­ra. Signi­fi­ca­ti­va­mente, recuer­da el pro­fe­sor Negro, la secu­la­ri­za­ción com­prende en su ori­gen, entre otras cosas, la mun­da­ni­za­ción o desa­mor­ti­za­ción de los bienes ecle­siás­ti­cos, lo que a la lar­ga habi­litó la inver­sión de la rela­ción entre los dos poderes, el espi­ri­tual (la Igle­sia) y el tem­po­ral (el Esta­do). Aho­ra bien, dejan­do a un lado la inago­table polé­mi­ca sus­ci­ta­da por la secu­la­ri­za­ción como cate­goría de la inter­pre­ta­ción histó­ri­ca lan­za­da por Ernst Troeltsch [1865–1923], trá­tase de algo que « mien­ta indu­da­ble­mente un hecho inter­no al cris­tia­nis­mo » ((Véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 184.)) . Esto últi­mo es lo que le inter­esa rema­char a Negro Pavón, pues la situa­ción actual de las confe­siones cris­tia­nas en Euro­pa no es aje­na al hecho de que el modo de pen­sar ecle­siás­ti­co –con su tras­fon­do teoló­gi­co-polí­ti­co– ha confi­gu­ra­do, nutrién­do­lo, el modo de pen­sar esta­tal. El pun­to de arri­ba­da de este vas­to pro­ce­so abar­ca­dor de la moder­ni­dad, carac­te­ri­za­do porque los concep­tos secu­la­ri­za­dos se revuel­ven contra la matriz reli­gio­sa, sería tal vez lo que un agu­do escri­tor español ha lla­ma­do la pro­fa­na­ción de la cultu­ra. Por su parte, Dal­ma­cio Negro, que denun­cia el abu­so del concep­to mis­mo de secu­la­ri­za­ción, apli­ca­do indis­cri­mi­na­da­mente a todo, sugiere que es pre­ci­so conte­ner su exten­sión, reserván­do­lo para el ámbi­to polí­ti­co-esta­tal, pues « a la ver­dad, parece que mucho de lo que se acha­ca indis­cri­mi­na­da­mente a la secu­la­ri­za­ción no debie­ra ser impu­ta­do a la mun­da­ni­za­ción, sino, y quizá sobre todo, a la poli­ti­za­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 187. Sobre la pro­fa­na­ción, conse­cuen­cia por otro lado de la avance de la « tota­li­za­ción de lo polí­ti­co », véanse J. Conde, Sobre la situa­ción actual del euro­peo. Madrid, Publi­ca­ciones Españo­las, 1949, pp. 23–24, y « Las dos vías fun­da­men­tales del pro­ce­so de moder­ni­za­ción polí­ti­ca : consti­tu­cio­na­li­za­ción, tota­li­za­ción », en Escri­tos y frag­men­tos polí­ti­cos, t. II. Madrid, Ins­ti­tu­to de Estu­dios Polí­ti­cos, 1974.)) .
La secu­la­ri­za­ción enten­di­da como poli­ti­za­ción de la exis­ten­cia ha encon­tra­do en el Esta­do su máxi­mo difu­sor, el cual ha explo­ta­do todas las posi­bi­li­dades de otro movi­mien­to espi­ri­tual típi­ca­mente moder­no, a saber : la neu­tra­li­za­ción de la cultu­ra ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 151–57.)) . Ori­gi­nal­mente, el pro­ce­so de neu­tra­li­za­ción (y su rever­so, la des­po­li­ti­za­ción) ha consis­ti­do en la bús­que­da de un pla­no espi­ri­tual inmune a las disen­siones que atra­vie­san la vida huma­na colec­ti­va. En el límite es el pro­pio Esta­do el que se auto­neu­tra­li­za (auto­des­po­li­ti­za), ocultán­dose lo polí­ti­co y pre­sentán­dose como ideo­logía de sus­ti­tu­ción (Ersatz) una « tole­ran­cia senil » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 152.)) . En esta pers­pec­ti­va, resul­ta muy difí­cil no ver en el Esta­do uno de los suje­tos pro­tagó­ni­cos del nihi­lis­mo occi­den­tal. Tam­bién de la decli­na­ción de Euro­pa.

Des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa

En rea­li­dad, el libro sobre el que lla­ma­mos la aten­ción del lec­tor consti­tuye un den­so ensayo sobre los efec­tos de la esta­ta­li­dad en una épo­ca que ha vis­to consu­marse irre­ver­si­ble­mente el paso del esta­do social aris­to­crá­ti­co al demo­crá­ti­co ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 203 y 275.)) . Algu­nos de esos efec­tos ya han sido apun­ta­dos aquí –secu­la­ri­za­ción y pro­fa­na­ción ; neu­tra­li­za­ción ; nihi­lis­mo ; tole­ran­cia per­ver­sa–, pero el autor se refiere tam­bién al auge del contrac­tua­lis­mo polí­ti­co, tan dife­rente del pac­tis­mo medie­val ((Para el autor, el nihi­lis­mo, en sus moda­li­dades pasi­va y acti­va, resul­ta inse­pa­rable, como posi­bi­li­dad efec­ti­va, del contrac­tua­lis­mo. Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 54 y 58.)) ; al des­qui­cia­mien­to de la auto­crí­ti­ca como ins­tru­men­to de la razón ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 121. El pathos des­truc­ti­vo que se apo­deró de Euro­pa durante el inter­re­gno de la Belle époque (1871–1914) fue legi­ti­ma­do en mayo del 1968.)) ; a la difu­sión del ateís­mo y la increen­cia ; al declive del espí­ri­tu euro­peo y del de las igle­sias, par­ti­cu­lar­mente la cató­li­ca. Todo ello le per­mite ofre­cer una rica visión de la situa­ción histó­ri­ca, abar­ca­do­ra de sus ele­men­tos más sen­sibles : el esta­do de las creen­cias euro­peas (parte I) y la rela­ción entre estas y el cris­tia­nis­mo (parte II), que Negro Pavón consi­de­ra uno de los más pode­ro­sos fac­tores de la civi­li­za­ción en Euro­pa ; por esta razón dedi­ca la III parte de su obra a una vein­te­na de « ideas » y « for­mas » que dan su gra­cia pecu­liar a lo euro­peo y que tie­nen, a su jui­cio, una geni­tu­ra cris­tia­na.
La apa­ri­ción de este libro en vís­pe­ras de la impo­si­ción a las naciones euro­peas del Tra­ta­do por el que se ins­ti­tuye una consti­tu­ción para Euro­pa es una mera coin­ci­den­cia, tal vez feliz para el edi­tor, pero que no debe des­viar de lo fun­da­men­tal la aten­ción del lec­tor. Como el pro­pio autor advierte, en el contex­to de la des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa y el conflic­to, de lar­gas conse­cuen­cias, entre la reli­gión y la increen­cia, la polé­mi­ca sobre la lla­ma­da consti­tu­ción euro­pea en rea­li­dad es acci­den­tal. Si aca­so, ha ser­vi­do para poner de mani­fies­to que la elite polí­ti­ca del conti­nente es una diri­gen­cia miso­neís­ta y estú­pi­da, « ado­ce­na­da, todo­po­de­ro­sa y cor­rup­ta [que] no está segu­ra de su iden­ti­dad o carece de ella » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 8. For­ma tam­bién parte de esa cas­ta euro­peís­ta « una parte del cle­ro, inclui­dos obis­pos sim­pa­ti­zantes, aco­bar­da­dos, o vaci­lante por pru­den­cia e impru­den­cia », p. 130. La contra­parte de esta diri­gen­cia es una nue­va clase ocio­sa vin­cu­la­da al Esta­do de Bie­nes­tar, p. 278.)) , que « sólo cree en el poder y en el poder que da el dine­ro » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 11. Algu­nas incoa­ciones en estos arque­ti­pos en D. Negro, « La épo­ca estú­pi­da », « El auge de la estu­pi­dez », « El consen­so se sul­fu­ra » y « La muerte del igno­rante », en La Razón, 16 de febre­ro y 25 de mayo  de 1999, 8 de febre­ro de 2000 y 16 de abril de 2002. )) . El tipo de euro­peís­mo pre­do­mi­nante, que en rea­li­dad es una doc­tri­na ad hoc para conser­var el poder social­demó­cra­ta, impul­sa hoy una bizar­ra polí­ti­ca consti­tu­cio­nal que carece de suje­to consti­tuyente y que pre­tende igno­rar­lo todo de la consti­tu­ción pres­crip­ti­va de Euro­pa. La « consti­tu­ción euro­pea mate­rial, sus­tan­cial, histó­ri­ca, exis­ten­cia y ori­gi­na­ria », escribe Negro Pavón, está « confor­ma­da en lo esen­cial por ideas cris­tia­nas » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 94. )) . El que esto no se reco­noz­ca como una evi­den­cia confir­ma la deso­rien­ta­ción inte­lec­tual de las gentes en cuyas manos esta­mos. Así, « casi es lo de menos que se invoque a Dios o al cris­tia­nis­mo », pues « si no va a signi­fi­car nada, quizá fue­ra mejor omi­tir la refe­ren­cia a lo reli­gio­so » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 101. Se tra­ta de una polé­mi­ca « tan ridí­cu­la que des­ca­li­fi­ca a los que man­dan en Euro­pa », p. 4.)) . De este modo las igle­sias deberían sen­tirse más libres frente al esta­blish­ment euro­peís­ta, pues « la men­ción sería gra­ve­mente engaño­sa y tran­qui­li­zante al enmas­ca­rar la rea­li­dad de la situa­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 101.)) .
La des­ci­vi­li­za­ción  ((La noción de des­ci­vi­li­za­ción (Deci­vi­li­za­tion) ha sido mane­ja­da recien­te­mente por el eco­no­mis­ta alemán afin­ca­do en Las Vegas Hans-Her­mann Hoppe [1949], en su libro Monar­quía, demo­cra­cia y orden natu­ral. Una visión aus­tría­ca de la era ame­ri­ca­na. Madrid, Edi­ciones Gon­do, 2004, espec. cap. 1º. Su esquemá­ti­co plan­tea­mien­to no deja de ser útil : según Hoppe, el gra­do de civi­li­za­ción está deter­mi­na­do por la dis­mi­nu­ción de la pre­fe­ren­cia tem­po­ral (id est, pro­pen­sión al consu­mo inme­dia­to) de los indi­vi­duos y los gru­pos huma­nos ; la ten­den­cia actual a la dis­mi­nu­ción de la pre­fe­ren­cia tem­po­ral, que el eco­no­mis­ta aso­cia a la nefas­ta influen­cia del Esta­do pro­vi­den­cia, a la des­truc­ción de la fami­lia, a la acep­ta­ción de conduc­tas patoló­gi­cas y des­via­das, etc., consti­tuye un indi­cio de la des­ci­vi­li­za­ción de occi­dente. Hoppe ha sido recien­te­mente víc­ti­ma de una insi­dio­sa per­se­cu­ción por sos­te­ner en sus clases de Eco­nomía polí­ti­ca que los homo­sexuales (y los niños) tie­nen una baja pre­fe­ren­cia tem­po­ral…   )) de Euro­pa es para el autor un pro­ce­so consta­table en la gene­ra­li­za­ción de la increen­cia. La cues­tión reli­gio­sa en Euro­pa, casi insen­si­ble­mente, ha pasa­do de estar domi­na­da por las deri­va­ciones del ateís­mo filosó­fi­co a estar­lo por la increen­cia o la « irre­li­gión » (Zubi­ri), « acti­tud que pros­pe­ra rápi­da­mente entre las nue­vas gene­ra­ciones mani­festán­dose como insen­si­bi­li­dad ante la reli­gión e indi­fe­ren­cia hacia sus for­mas y conte­ni­dos, que [cre­ciente des­po­ja­dos de esté­ti­ca pare­cen abs­trac­ciones]» ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 140.)) . Así, trá­tase de un pro­ble­ma que des­bor­da a las Igle­sias y afec­ta al núcleo mis­mo de la civi­li­za­ción (o la cultu­ra), pues esta repo­sa siempre en la aper­tu­ra del hombre a la trans­cen­den­cia. En últi­mo aná­li­sis, la esen­cia de la civi­li­za­ción es la cultu­ra, que viene de culto, como recuer­da Negro Pavón ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 97.)) . Aunque la reli­gión no sea pro­pia­mente cultu­ra, mez­clán­dose con ella le da for­ma y gra­cia ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 190.)) . La irre­li­gión, en parte res­pon­sa­bi­li­dad de una Igle­sia que no ha sabi­do o no ha podi­do resis­tirse a la mun­da­ni­za­ción de sus estruc­tu­ras, pre­su­pone además una inmen­sa oque­dad en el sus­tra­to de lo que Orte­ga y Gas­set llamó las creen­cias, ideas en las que se está, a dife­ren­cia de las ocur­ren­cias, que sim­ple­mente se tie­nen ((« El hue­co que han deja­do las creen­cias asen­ta­das en una concep­ción de la ver­dad no ha sido ocu­pa­do por ideas fér­tiles, sus­ci­ta­do­ras de nue­vas creen­cias, de un esti­lo » : D. Negro, op. ult. cit., p. 88.)) .
Como­quie­ra que el cris­tia­nis­mo consti­tuye un ingre­diente fun­da­men­tal de la cultu­ra euro­pea, en el des­pres­ti­gio de lo reli­gio­so, a la orden del día, se denun­cia tal vez la deseu­ro­pei­za­ción de Euro­pa. Mas, ¿quiere ello decir, nece­sa­ria­mente, que la deca­den­cia de Euro­pa está mar­ca­da por la decli­na­ción del sen­ti­mien­to reli­gio­so, por una suerte de inca­pa­ci­dad para la fe ((« Parece empe­ro como si se hubiese per­di­do la capa­ci­dad para la fe », escribe Negro Pavón citan­do al car­de­nal Rat­zin­ger [1927], sien­do que la fe « no es una creen­cia como las demás, pues­to que las condi­cio­na todas » : D. Negro, op. ult. cit., p. 142.)) ? El pro­fe­sor Negro roza así una cues­tión medu­lar, tan­to histó­ri­ca como espi­ri­tual­mente : los límites de la super­po­si­ción entre lo cris­tia­no y lo euro­peo. A su jui­cio, « nun­ca se ha dado ni se dará una sim­bio­sis per­fec­ta entre Euro­pa, un espa­cio limi­ta­do, y el cris­tia­nis­mo, reli­gión uni­ver­sa­lis­ta ; ni, por supues­to, entre el mun­do ente­ro y esta reli­gión ; ocur­rirá, si aca­so, en la parousía » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 11.)) . Pues el cris­tia­nis­mo consti­tuye una rea­li­dad histó­ri­ca mucho más amplia que Euro­pa. En el capí­tu­lo 4º de La fin de la Renais­sance qui­so tam­bién ocu­parse del asun­to Julien Freund [1921–1993], que partía de la siguiente disyun­ti­va : ¿ha sido « la gran­de­za de Euro­pa rela­ti­va­mente inde­pen­diente de su coin­ci­den­cia con el cris­tia­nis­mo » o, por el contra­rio, las suertes de ambos estarían liga­das has­ta el pun­to de que una Igle­sia que des­pués del Conci­lio Vati­ca­no II parece desoc­ci­den­ta­li­zarse sería res­pon­sable de pre­ci­pi­tar a Euro­pa en la deca­den­cia ((Véase J. Freund, El fin del Rena­ci­mien­to. Bue­nos Aires, Bel­gra­no, 1981, pp. 97 y 83.)) ?  Según el sabio lore­nés, el cris­tia­nis­mo « jamás se iden­ti­ficó a si mis­mo con Euro­pa » ((Véase J. Freund, op. ult. cit., p. 91. La evan­ge­li­za­ción del mun­do ha sido una empre­sa espi­ri­tual aco­me­ti­da « no para afir­mar su euro­peís­mo, sino su cris­tia­nis­mo », op. ult. cit., p. 92. Así pues, aunque muchos euro­peos deplo­ren la desoc­ci­den­ta­li­za­ción de la Igle­sia, se tra­ta de un fenó­me­no conse­cuente con su espí­ri­tu uni­ver­sa­lis­ta. En este sen­ti­do, Negro Pavón reco­noce que tras el Conci­lio Vati­ca­no II el cris­tia­nis­mo salió de la crisá­li­da euro­pea : op. ult. cit., p. 135.)) ; si bien es un « com­po­nente inde­leble del hecho euro­peo », debería recha­zarse, por confu­sa, la opi­nión que los iden­ti­fi­ca sin más, pues « el cris­tia­nis­mo fue euro­peo a su pro­pia mane­ra » ((Véase J. Freund, op. ult. cit., pp. 96 y 97.)) . Aho­ra bien, « los euro­peos empeña­dos en sal­var su civi­li­za­ción y su espí­ri­tu acier­tan al cri­ti­car al neo­cris­tia­nis­mo sal­vaje que aban­do­na la rigi­dez de las estruc­tu­ras ecle­siás­ti­cas […], pero tal visión supone una concep­ción euro­pea del cris­tia­nis­mo, y no una apre­hen­sión el cris­tia­nis­mo en gene­ral » ((Véase J. Freund, op. ult. cit., pp. 99–100.)) .

Secu­la­ris­mo, fe cris­tia­na y situa­ción de la Igle­sia docente

Frente a la secu­la­ri­za­ción, el secu­la­ris­mo sería pro­pia­mente la « uti­li­za­ción contra la reli­gión de ori­gen teoló­gi­co » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 181.)) , últi­ma conse­cuen­cia del racio­na­lis­mo moder­no  que ha « desen­can­ta­do » el mun­do. Mas, en contra de una opi­nión muy exten­di­da, Negro Pavón apun­ta que la cri­sis de Euro­pa que trae su cau­sa  en ese pro­ce­so no ha sido res­pon­sa­bi­li­dad direc­ta de la Ilus­tra­ción. A su jui­cio es un error atri­buir al espí­ri­tu de las luces el revan­chis­mo contra la tra­di­ción euro­pea, pues « la Ilus­tra­ción puede no haber sido inocente, pero nun­ca tuvo inten­ciones des­truc­ti­vas ni fue pesi­mis­ta » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 47.)) ; aca­so « la crí­ti­ca ilus­tra­da de las super­sti­ciones se [ha confun­di­do] con el desen­can­ta­mien­to » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 32.)) . La supo­si­ción de que el declive del cris­tia­nis­mo es conse­cuen­cia de la Ilus­tra­ción no es más que un « dog­ma trans­for­ma­do en creen­cia difu­sa » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 32.)) . Muchos ilus­tra­dos eran crí­ti­cos del cris­tia­nis­mo pero no por ello fue­ron anti­cris­tia­nos. En rea­li­dad, la raíz del mal euro­peo es el roman­ti­cis­mo, movi­mien­to espi­ri­tual que mar­ca efec­ti­va­mente el declive de la fe, no sólo del cris­tia­nis­mo como reli­gión ecle­siás­ti­ca. « En la atmós­fe­ra de êthos román­ti­co del des­con­ten­to uni­ver­sal empezó a des­va­ne­cerse la vie­ja éti­ca que enseña a estar en el mun­do » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 39.)) . Ese êthos des­plazó al tra­di­cio­nal, basa­do en la reli­gión. A dis­gus­to con el mun­do, en el que el yo sub­je­ti­vis­ta úni­ca­mente encuen­tra moti­vos para un acti­vis­mo vacío ((Es el oca­sio­na­lis­mo román­ti­co contra el que siempre se enfrentó Carl Schmitt. Véase C. Schmitt, Roman­tisme poli­tique. París, Valois, 1928. )) , el román­ti­co se refu­gia en el pasa­do. En su hui­da del mun­do no sólo « deson­to­lo­gizó la rea­li­dad, [sino que] dio pábu­lo a nue­vos mitos, como el de la vio­len­cia revo­lu­cio­na­ria y la des­truc­ción crea­do­ra, y puso como la más alta ins­tan­cia al yo par­ti­cu­lar, como secue­la de la ideo­logía de la eman­ci­pa­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 45.)) .
El espí­ri­tu román­ti­co es res­pon­sable direc­to de la difu­sión del nihi­lis­mo y el nacio­na­lis­mo, filo­sofías, así mis­mo, radi­cal­mente incom­pa­tibles con el cris­tia­nis­mo. El nihi­lis­mo arrancó de la nega­ción román­ti­ca de Dios y su obra, pero a medi­da que crecía la nue­va inse­gu­ri­dad deri­va­da del solip­sis­mo radi­cal nihi­lis­ta ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 71.)) , lo que inicial­mente podía consi­de­rarse una acti­tud pesi­mis­ta y res­trin­gi­da a cier­tos ambientes, pues no había sitio en la Euro­pa cris­tia­na para una éti­ca des­truc­ti­va, se convir­tió en la « vida concre­ta de los pue­blos euro­peos » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 49.)) , en la « mora­da de occi­dente ». El nihi­lis­mo es la apo­teo­sis de la can­ti­dad, repre­sen­ta­da por los valores ; ante la pujan­za de todo ello –«éti­cas de la tris­te­za, deon­to­logías y cosas por el esti­lo » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 112.)) –, el nomos, lo cua­li­ta­ti­vo, ape­nas si tiene lugar. El envite nihi­lis­ta al cris­tia­nis­mo ha hecho pen­sar a una parte no des­pre­ciable de los creyentes que puede lle­garse a un com­pro­mi­so bajo la for­ma de una suerte de « reli­gio­si­dad demo­crá­ti­ca coac­ti­va » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 193–94.)) , como si la fe cris­tia­na, trans­for­ma­da en un huma­nis­mo ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 143.)) , se nutrie­ra tam­bién de los valores contem­porá­neos. Pero « ni Cris­to ni el cris­tia­nis­mo signi­fi­can lo mis­mo como nor­ma que como valor » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 50.)) .
Si el nihi­lis­mo se ha eri­gi­do en el gran rival espi­ri­tual del cris­tia­nis­mo, cuya fe ha aspi­ra­do a lami­nar pre­sentán­dose como una « for­ma radi­cal de gnos­ti­cis­mo que se opone a lo que supera la nada, a la Crea­ción » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 52.)) , puede decirse tam­bién que, desde el pun­to de vis­ta de la misión apostó­li­ca uni­ver­sal (cató­li­ca) de la Igle­sia, el nacio­na­lis­mo ha ope­ra­do como el gran ene­mi­go par­ti­cu­la­ris­ta de esta últi­ma. « El nacio­na­lis­mo es moral y polí­ti­ca­mente el mayor ene­mi­go del cris­tia­nis­mo, en tan­to enfren­ta direc­ta­mente y sin alter­na­ti­vas el par­ti­cu­la­ris­mo comu­ni­ta­ris­ta más radi­cal al uni­ver­sa­lis­mo » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 83.)) . La his­to­rio­grafía nacio­na­lis­ta no sólo ha des­trui­do la idea de una tra­di­ción común de Euro­pa, sino que ha hecho de la nación una per­so­na moral que « sus­ti­tuye a la Igle­sia en su rela­ción con la Esta­ta­li­dad » ((Véase D. Negro, ««Bos­que­jo de una his­to­ria de las for­mas del Esta­do », loc. cit., p. 289.)) . En este sen­ti­do, fue el Esta­do la ins­tan­cia que hizo del nacio­na­lis­mo una suerte de reli­gión civil, trans­fi­rien­do a la nación los sen­ti­mien­tos de reve­ren­cia reli­gio­sa antes orde­na­dos a la Igle­sia. Alte­rar este esta­do de cosas no depende ya úni­ca­mente de la Igle­sia, en casos par­ti­cu­lares extra­ña­mente com­pro­me­ti­da con el nacio­na­lis­mo, sino que pasa tam­bién por la recu­pe­ra­ción his­to­rio­grá­fi­ca de la Edad media como ori­gen de Euro­pa ((Véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 109.)) , uni­da pre­ci­sa­mente bajo el orden envol­vente de la Cris­tian­dad.
El nacio­na­lis­mo, for­ma agre­si­va de « anti­tra­di­cio­na­lis­mo », ha lle­ga­do inclu­so a pre­sen­tarse, alia­do como el nihi­lis­mo pasi­vo, como una for­ma de paci­fis­mo esta­bi­li­za­dor de las rela­ciones inter­na­cio­nales. Sola­mente los Grandes espa­cios, recuer­da Negro Pavón, pare­cen que­rer hoy resis­tirse a esta doc­tri­na apa­ren­te­mente anti­ma­quia­ve­lis­ta ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 93.)) . En rea­li­dad, el asun­to de un paci­fis­mo que se pre­tende hacer com­pa­tible con el nacio­na­lis­mo (doc­tri­na polemó­ge­na por exce­len­cia) le sirve al autor para ilus­trar la pér­di­da de auto­ri­dad de la Igle­sia docente por la tos­ca influen­cia secu­la­ris­ta ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 15–24.)) . El cues­tio­na­mien­to de la auto­ri­dad de la Igle­sia –par­ti­cu­lar­mente grave en una situa­ción en la que parece haberse des­mo­ro­na­do el más ele­men­tal prin­ci­pio de las jerar­quías– se debe a la impre­gna­ción esta­tis­ta y a la ideo­lo­gi­za­ción del modo de pen­sar ecle­siás­ti­co, a la exclu­sión de la dimen­sión públi­ca de la reli­gión ((El êthos, alma de las cultu­ras, repo­sa sobre la reli­gión, « de ahí el inevi­table carác­ter públi­co » de esta. O, tal vez, más que públi­co común, pues lo común es lo uni­ver­sal y lo públi­co lo pro­pio de cada Esta­do. Véanse D. Negro, op. ult. cit., p. 190 y Á. d’Ors, Bien común y ene­mi­go públi­co. Madrid, Mar­cial Pons, 2002, p. 19. ))  y a la deso­rien­ta­ción de la cle­recía. Echa en fal­ta Negro Pavón, frente al nihi­lis­mo conver­ti­do en doc­tri­na del Esta­do, el contra­pe­so de las igle­sias, « que cal­lan dema­sia­do » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 24.)) . Un cla­ro ejem­plo de la suges­tión ideoló­gi­co-esta­tal que padece la Igle­sia docente es el concep­to de sub­si­dia­rie­dad, que a jui­cio del pro­fe­sor madri­leño « elude la cues­tión esen­cial : la exis­ten­cia, natu­ra­le­za y jus­ti­fi­ca­ción en su caso del Esta­do ». En efec­to, ¿aca­so no ope­ra la sub­si­dia­rie­dad, encum­bra­da como prin­ci­pio polí­ti­co consti­tu­cio­nal de la Unión Euro­pea ((La Unión Euro­pea, « máqui­na de ace­le­ra­ción hacia la muerte », según el iro­nis­ta polí­ti­co Gün­ter Maschke [1943], no es sino un Esta­do cuya doc­tri­na, el « euro­peís­mo », no puede ser más contra­ria a los inter­eses de Euro­pa. Véase G. Maschke, « La uni­fi­ca­ción de Euro­pa y la teoría del Gran espa­cio », en Carl Schmitt Stu­dien, nº 1, 2000, pp. 75–85. )) , como un ins­tru­men­to de la ratio sta­tus ? ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 20–21. Natu­ral­mente, tam­bién se refiere el autor al arque­ti­po de clé­ri­go pro­pi­cia­do por la confu­sión –has­ta cier­to pun­to inevi­table– del Conci­lio Vati­ca­no II. Este per­so­naje, en bizar­ra sin­tonía con las ideo­logías secu­lares ha par­ti­ci­pa­do en el espí­ri­tu des­ci­vi­li­za­dor (p. 18). No resul­ta por ello extra­ño que abun­den las refe­ren­cias al cris­tia­nis­mo como ideo­logía, lo que expli­ca « el curio­so cato­li­cis­mo comu­nis­ta, el cris­tia­nis­mo socia­lis­ta o para el socia­lis­mo o la teo­logía pro­gre­sis­ta y el cris­tia­nis­mo pro­gre­sis­ta en sus pro­fu­sas variantes ». « Confun­dien­do el prin­ci­pal deber de su voca­ción, que consiste en guiar las almas hacia Dios, no hacia la tier­ra, [deso­rien­tan] así a los lai­cos » (p. 19).))
El pro­ble­ma del Esta­do y sus rela­ciones con la Igle­sia consti­tuye una temá­ti­ca recur­rente en este libro, pues no en vano la his­to­ria de Euro­pa, que ha sido tra­di­cio­nal­mente his­to­ria de la Igle­sia, se ha trans­for­ma­do pro­gre­si­va­mente desde el Rena­ci­mien­to en his­to­ria del Esta­do ((Por cier­to que, en otro lugar, Negro Pavón a lle­ga­do a suge­rir que el archi­dis­cu­ti­do « fin de la his­to­ria » bien podría tra­tarse del «[fin] de la his­to­ria de Euro­pa como his­to­ria del Esta­do ». Véase D. Negro, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 15. )) . La Igle­sia ha sido el refe­rente histó­ri­co del Esta­do, pues como for­ma par­ti­cu­la­ris­ta se ha confi­gu­ran­do envi­dian­do siempre la proyec­ción uni­ver­sal de aquel­la. Mas hace tiem­po, según aca­ba­mos de indi­car, que los patrones se han inver­ti­do, conta­minán­dose la ratio eccle­siae (ordi­na­lis­ta) por la ratio sta­tus (meca­ni­cis­ta). Prue­ba de ello es la buro­cra­ti­za­ción de la Igle­sia ((Véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 199.)) . En el esta­tis­mo, mal ecle­siás­ti­co hodier­no, no sólo se denun­cia la dimen­sión ins­ti­tu­cio­nal de la secu­la­ri­za­ción, sino la debi­li­dad polí­ti­ca de la Igle­sia, que por estar en el mun­do se pre­sen­ta inexo­ra­ble­mente confi­gu­ra­da como una for­ma polí­ti­ca ((La deno­mi­na­ción ofi­cial « Sta­to del­la Cit­tà del Vati­ca­no », deter­mi­na­da por la pre­sión del inexo­rable pro­ce­so de esta­ti­fi­ca­ción de Euro­pa –desde la Baja Edad media has­ta el siglo XX–, resul­ta engaño­sa. Parece pre­fe­rible y más cor­rec­to his­to­rio­grá­fi­ca­mente « Papa­do ».)) . Influen­cia « uni­la­te­ral­mente » por el pen­sa­mien­to esta­tal, la Igle­sia, que parece renun­ciar a enfren­tarse con los poderes civiles, acu­sa en sus clé­ri­gos el lógi­co sen­ti­mien­to de infe­rio­ri­dad ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 18 y 23–24.)) . Aún así, « aunque deca­dente, [la Igle­sia] sigue sien­do el gran rival del Esta­do Mino­tau­ro » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 81. Las carac­terís­ti­cas de esta mani­fes­ta­ción del Esta­do total cuan­ti­ta­ti­vo (Carl Schmitt), que el autor deno­mi­na en oca­siones « Esta­do social­demó­cra­ta », inclu­so « Esta­do consti­tu­cio­nal fis­cal de par­ti­dos », son exa­mi­na­das en pp. 63–65. El autor consi­de­ra mucho más útil que « Esta­do total » la fór­mu­la « Esta­do Mino­tau­ro », acuña­da por Ber­trand de Jou­ve­nel [1903–1987]. Así mis­mo : D. Negro, «¿Qué Euro­pa ? ¿Qué España ? », loc. cit., p. 350.)) .
El esta­tis­mo que hoy impe­ra sugiere que lo públi­co, esfe­ra de la vida huma­na colec­ti­va consti­tui­da en otras épo­cas por lo reli­gio­so y lo ecle­siás­ti­co, es hoy lo esta­tal. Las conse­cuen­cias del pro­ce­so de esta­ti­fi­ca­ción de lo públi­co, como Negro Pavón pone de mani­fies­to, podrán sor­pren­der a más de uno. De entra­da, la cri­sis de lo públi­co ecle­siás­ti­co, confir­ma­da histó­ri­ca­mente por el Esta­do sur­gi­do de la Revo­lu­ción, es uno de los moti­vos últi­mos de la pér­di­da de la liber­tad en el mun­do contem­porá­neo. Por otro lado, la expro­pia­ción de lo públi­co por el Esta­do nación da razón de un hecho que, de lo contra­rio, resul­taría inex­pli­cable : la pre­ca­rie­dad de la recu­pe­ra­ción de la liber­tad desde la Revo­lu­ción fran­ce­sa ((Véase D. Negro, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 105.)) . Mas la Igle­sia « cus­to­dia mal que bien el êthos euro­peo » ((Véase D. Negro, Lo que Euro­pa debe al cris­tia­nis­mo, p. 81.)) , por lo que cabría pre­gun­tarse si no traerá pren­di­da la « pri­va­ti­za­ción » de la reli­gión que esta últi­ma « se apar­ta del Esta­do des­le­gi­timán­do­lo » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 165, nota 119.)) .

Ideas y for­mas euro­peas

El hori­zonte en el que es pre­ci­so contem­plar estas medi­ta­ciones del pro­fe­sor Negro es el de la posi­bi­li­dad, has­ta la fecha inédi­ta, de una cultu­ra irre­li­gio­sa. ¿Estará « el por­ve­nir de Euro­pa en una nue­va civi­li­za­ción sin reli­gión » ? ((D. Negro, «¿Qué Euro­pa ? ¿Qué España ? », loc. cit., p. 345.))  ¿Se alte­rarán has­ta ese pun­to las creen­cias cris­tia­nas, sien­do sus­ti­tui­das por otros modos de ins­ta­la­ción vital ? ((Cfr. D. Negro, Lo que Euro­pa debe al Cris­tia­nis­mo, p. 89.))  ¿Qué papel desem­peñarán final­mente las igle­sias ? ¿Par­ti­ci­parán « acti­va­mente en la latente lucha por la cultu­ra, que en este caso es tam­bién la lucha por la fe cris­tia­na, o se limi­tarán, como la gran masa, a hacer de espec­ta­dores en la contien­da que, si la fe cris­tia­na conser­va todavía en Euro­pa sufi­ciente vita­li­dad, pro­ba­ble­mente se ave­ci­na » ? ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 191.))  Aun reco­no­cien­do que nin­gu­na civi­li­za­ción ha sido ni será jamás, en su ple­ni­tud, cris­tia­na, difí­cil­mente podrá dejarse a un lado que durante mucho tiem­po la his­to­ria de Euro­pa ha sido la his­to­ria de sus ideas reli­gio­sas ((Véase D. Negro, op. ult. cit., pp. 193 y 86.)) . « La rea­li­dad de la deca­den­cia del cris­tia­nis­mo, aunque pue­da ser momentá­nea », no admite dis­cu­sión. Que ese esta­do pue­da ser rever­sible todavía des­pués la tri­bu­la­ción (« momen­to de pur­ga » del cris­tia­nis­mo) o que, even­tual­mente, pue­da sub­sis­tir Euro­pa sin reli­gión, aunque deje de ser ella mis­ma, son aporías histó­ri­cas que el autor se limi­ta a plan­tear.
Ene­mi­go de las pro­fecías, tal vez consi­de­ra más efi­caz una inves­ti­ga­ción sis­temá­ti­ca sobre los ele­men­tos que han confi­gu­ra­do el espí­ri­tu euro­peo a tra­vés de los siglos. Conse­cuente con su voca­ción inte­lec­tual, Negro Pavón, sin áni­mo exhaus­ti­vo, enu­me­ra « algu­nas ideas que, actuan­do en el sub­sue­lo como ideas-creen­cias, ideas-madre, han resul­ta­do deci­si­vas en la confi­gu­ra­ción de Euro­pa », has­ta el pun­to de que « sin ellas, su civi­li­za­ción resul­ta incom­pren­sible al for­mar parte de sus pre­su­pues­tos » ((Véase D. Negro, op. ult. cit., p. 195.)) . Aunque en el desar­rol­lo de la III parte de su libro no lo recal­ca ade­cua­da­mente, la dis­tin­ción pos­tu­la­da entre for­mas e ideas tiene enorme inter­és. Así, entre las pri­me­ras, el autor seña­la fun­da­men­tal­mente tres : la fami­lia, el Esta­do y la Igle­sia. La enu­me­ra­ción de las ideas es más pro­li­ja : la reli­gión, la crea­ción, la tras­cen­den­cia, la infi­ni­tud, la His­to­ria, el pro­gre­so, la razón, el lai­cis­mo, la jus­ti­cia, la liber­tad, la igual­dad, el tra­ba­jo la demo­cra­cia, la cien­cia, la téc­ni­ca y el opti­mis­mo y la digni­dad huma­na. Que­dan fue­ra de su aná­li­sis la polí­ti­ca como « for­ma de acti­vi­dad pecu­liar que sólo ha pren­di­do en Euro­pa » ((Véase D. Negro, La tra­di­ción libe­ral y el Esta­do, p. 21.)) , la idea de la repre­sen­ta­ción o for­mas super­iores de la vida euro­pea como la pro­pie­dad, el mer­ca­do o la Uni­ver­si­dad. La ausen­cia de esta últi­ma en el estu­dio sis­temá­ti­co lla­ma espe­cial­mente la aten­ción, pues uno de los pre­su­pues­tos de la his­to­rio­grafía polí­ti­ca de Negro Pavón es pre­ci­sa­mente la quie­bra de la auc­to­ri­tas en la moder­ni­dad. Sien­do la auc­to­ri­tas un « saber social­mente reco­no­ci­do » (Á. d’Ors), su reser­vo­rio fue durante siglos la Uni­ver­si­dad, que ante todo consti­tuyó « una for­ma de vida » ((Tam­bién en el caso de la Uni­ver­si­dad, que no se entiende en su ori­gen fue­ra de la matriz ecle­siás­ti­ca, coin­cide el pro­ce­so de su esta­ti­fi­ca­ción –apa­ri­ción de las Uni­ver­si­dades esta­tales o públi­cas– con la pér­di­da de su auc­to­ri­tas. Véase R. Fernán­dez-Car­va­jal, Tomás de Aqui­no o la Uni­ver­si­dad como for­ma de vida. Secre­ta­ria­do de Publi­ca­ciones de la Uni­ver­si­dad de Mur­cia, 1993.)) . Otras for­mas euro­peas, como por ejem­plo el Dere­cho roma­no (el ius) y el Impe­rio (la « vía roma­na de Euro­pa »), son tra­ta­das bajo la rúbri­ca de la « cultu­ra gre­co­la­ti­na », bajo la cual se estu­dia tam­bién la metafí­si­ca grie­ga.
Por varios concep­tos nos encon­tra­mos ante un libro impor­tante, pro­lon­ga­ción, desde otra pers­pec­ti­va, de una obra rica en suge­ren­cias. De una for­ma u otra, la quin­tae­sen­cia de estas pági­nas responde a dos tesis fun­da­men­tales : que el Esta­do se ha conver­ti­do hoy en la razón fun­da­men­tal de la des­ci­vi­li­za­ción de Euro­pa y que las raíces espi­ri­tuales de lo que se entiende por « cultu­ra o civi­li­za­ción euro­pea » son consti­tu­ti­va­mente cris­tia­nas.